Populismo, constituyente y la democracia en peligro

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Escrito por:

Rafael Nieto Loaiza

Rafael Nieto Loaiza

Columna: Opinión

e-mail: rafaelnietoloaiza@yahoo.com

Twitter: @RafaNietoLoaiza


Petro se movió rápido a lo que ha llamado un “proceso constituyente”. Una idea aún gaseosa, indeterminada, pero que debe seguirse con atención por los riesgos que insinúa.
Si lo que busca es cambiar la Constitución por mecanismos no consagrados en la misma carta política, es decir, una ruptura del orden constitucional, estaríamos frente a un golpe de estado, un autogolpe que, en cualquier caso, estaría destinado al fracaso. Petro no tiene -ni puede conseguir a mediano plazo- los suficientes factores de poder para ser exitoso en semejante aventura. La consecuencia no podría ser otra que la captura y el juicio penal de Petro.

Pero puede ser también que Petro solo esté buscando usar ese “proceso” como una mecanismo de proselitismo político con miras a las elecciones del 26, agitando y lubricando sus bases de indígenas, estudiantes, juntas de acción comunal y sindicatos. Petro lo ha sostenido en distintas ocasiones. Ha dicho, por ejemplo, que “esperamos ser el próximo gobierno, porque en el 2026 tenemos que volver a ganar” y que “la oligarquía no saca a Petro del gobierno, porque lo eligió el pueblo y el pueblo va a volver a elegir”.

Ese discurso empieza a ser repetitivo y es peligroso porque es antidemocrático y muestra una deriva autoritaria que debe prender todas las alarmas. Es propio del populismo en todas sus vertientes. Se basa en la idea falsa de que hay un solo pueblo y que Petro lo representa. Para empezar, es contrafáctico. Dejando de lado la cuestión de la ilegitimidad de su triunfo, resultado de la trampa en la financiación y la violación de los topes electorales y del apoyo de los grupos criminales como resultado de pactos en campaña, Petro ganó la segunda vuelta con el 50,44% de los votos. Es decir, entonces lo apoyaron apenas la mitad de esos ciudadanos. Ese 49,66% que no votó por él también es “pueblo”. Como lo es, además, el 42% que se abstuvo de participar en las elecciones. Para decirlo de otra manera, por Petro votó solo el 28,9% de los ciudadanos. El 71,1% que no votó por él, no puede olvidarse, también es “pueblo”, tanto como el que sí sufragó por Petro. Para hacer aún más grave la simplificación de Petro, hoy todas las encuestas, con algunas variaciones menores entre ellas, muestran que ha perdido el apoyo de parte sustantiva de quienes lo votaron.

Además, y no es menos importante, en una democracia el “pueblo” se refleja mucho más en el Congreso que en en el ejecutivo, precisamente porque las distintas expresiones y posiciones del “pueblo", que nunca son una sola y única y siempre van cambiando, se expresan mejor en las distintas y variopintas bancadas parlamentarias. Por eso el legislativo es siempre la expresión por excelencia de la democracia y son los congresos donde el “pueblo”, los “pueblos", debaten y alcanzan acuerdos. Desconocer el Congreso, como pretende Petro vía decreto y abusando de las superintendencias como policías políticas, como con la reforma a la salud, es una desviación despótica.

En fin, suponer que "el pueblo” es solo el petrista supone una evidente amenaza de vulneración por parte del gobierno de los derechos y libertades del “pueblo” no petrista, mayoritario como he resaltado, y del principio de igualdad frente a la ley.

El discurso de apropiación del “pueblo” por parte de Petro es también antipluralista y viene acompañado con el agravio permanente (fascistas, oligarcas, esclavistas, mafiosos, corruptos, etc) a sus contradictores, con el fin de socavar la legitimidad y la autoridad moral de quienes se le oponen. En ese marco, el gobierno es solo para el "pueblo“ petrista y únicamente busca beneficiar a esa fracción. Con el pretexto de defender al “pueblo” o de un supuesto mandato del mismo, se gobierna por encima de las leyes y las instituciones, que se convierten en un obstáculo que hay que destruir. El gobierno se torna faccioso y, por eso mismo, antidemocrático.

Ese es el escenario al que Petro nos va llevando. Más allá de un golpe de estado, que al menos ahora no se ve, la deriva autoritaria de Petro hace indispensable que todos los demócratas nos unamos, más allá de egos, vanidades, ambiciones personales e insustantivas diferencias ideológicas.