Decadencia e intelectualidad

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Payares González

Carlos Payares González

Columna: Pan y Vino

e-mail: carlospayaresgonzalez@hotmail.com



Por parte de algunos sectores de las sociedades decadentes el intelectual se encuentra acorralado bajo una serie de sarcasmos y malquerencias.

No sobran aquellos que aún creen que ser intelectual es sinónimo de "bueno para nada". Es considerado como alguien que "enreda la pita" cuando las cosas son simples por naturaleza. Es, de muchas maneras, evaluado como un "estorbo".

Es entonces cuando cabe al pie de la letra el viejo tango "Cambalache" que dice en uno de sus apartes que "da lo mismo ser un burro que un buen profesor".

¿Qué es un intelectual? Es alguien dedicado al oficio de pensar, no por razones instrumentales o prácticas, sino por el afán de entender lo que ocurre en todo el universo. Y esto es lo que incomoda al hombre práctico: mientras el intelectual dice lo que debemos saber, al político solo le interesa lo que debe hacer.

El intelectual nos dice cómo funciona la naturaleza y la sociedad, qué cosas sucedieron en nuestro pasado, cómo analizar los principios que explican los fenómenos, cómo apreciar el arte y la literatura, etcétera. El político está más interesado en cómo ganar unas elecciones. Incluso, fraudulentamente.

Dice el columnista Gary Gutting (New York Times) que "en los EEUU la manera más rápida de perder unas elecciones es parecer una persona culta. La cultura se asocia al elitismo. Ha cundido la idea de que la curiosidad intelectual es lo contrario del sentido práctico, mientras que la incultura o la franca ignorancia hacen que un político sea visto como "uno de los nuestros". El gran éxito de Bush, quizás el hombre menos curioso y menos dotado intelectualmente que ha visitado la Casa Blanca, fue el ser "un tipo con quien todo el mundo se tomaría una cerveza…".

Sin embargo, por muchas cervezas que se pudo haber tomado el presidente Bush, no logró el pasaporte para ser reconocido como el mejor resolutor de problemas prácticos del país del Norte. "Un político no necesariamente tiene que ser un intelectual, pero sí debería llevar una vida de intelectual", dice finalmente Gutting.

Lo dicho por Gutting cae como anillo al dedo a lo sucedido en las últimas elecciones para la Alcaldía Municipal de Ciénaga (2012-2015). El ganador desestimó la capacidad intelectual bajo el criterio de que "entre más se pareciera un candidato al pueblo" (entelequia empleada apetitosamente por los populistas), mejor serían los logros en la administración pública. Manifestó que los títulos solo han servido en Ciénaga "para robarse la plata". Por eso el mejor "cartón" que se podía exhibir era el de "vocación de servicio" con una alta "sensibilidad social", o sea, las "ganas de hacer bien las cosas". Por lo patético de estas declaraciones, los comentarios sobran.

También hay aquellos que confunden deliberadamente al intelectual con el clásico "burócrata de Estado". En cierta ocasión escuché a un poeta de la inmarcesible matria cienaguera declamar extasiado una poesía que representaba una absurda ironía contra los intelectuales; era, sin duda, una especie de diatriba descuajada y lapidaria contra el papel de aquellos hombres y mujeres intelectuales hasta reducirlos al valor de la más elemental letra "s", para luego despacharlos como baratijas de la peor calaña hacia la "¡Nada!"

En veces se desprestigia el papel del intelectual dentro de una sociedad desde una obesa ignorancia con el afán de democratizarnos a todos por el nivel más bajo, por lo más ínfimo, por lo más deplorable, por el terrible 'subsuelo social', resultado de la inequidad y la marginalidad. Algo así como decir que dado que no podemos vivir todos decorosamente, seamos entonces todos unos ilustres menesterosos… como en aquel cuadro tenebroso del infierno, en donde los que quieren salirse son jalados de los pies por los que se carbonizan en el fondo de las llamas.

No es superfluo decir que el notorio incremento de los conocimientos científicos aumenta proporcionalmente el dolor de la humanidad. Las ciencias son técnicamente ciertas, pero moralmente desconsoladoras. La razón es muy sencilla: buena parte de la gente prefiere vivir de la ilusión o del sabor de la inmortalidad de la falsedad.

Dicen Hawking y Mlodinow (2011) que "no hay manera de eliminar al observador de nuestra percepción del mundo, creada por nuestro pensamiento sensorial, y por la manera en que pensamos y razonamos. Nuestra percepción no es directa, sino más bien está conformada por una especie de lente, a saber, la estructura interpretativa de nuestros cerebros humanos".

Sabemos que el universo está regido por leyes que requieren de construcciones teóricas en las cuales no están exentos de jugar un papel importante los intelectuales. Sin embargo, en ellos se vive la paradoja de saber que es difícil ser un intelectual, tanto más difícil cuanto que no se podrá serlo y que las exigencias personales por las que tiene que responder le confinan a una soledad de la que no puede ya salir indemne.