La sociedad es cambiante

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Los recuerdos son fuentes de anécdotas, o viceversa, aunque en muchos casos hayan perdido sus orígenes en los recovecos del tiempo, cuando no en los vericuetos de la memoria de quien creía poder traerlos al presente con relativa facilidad.

Así ha ocurrido con un relato cuyo autor hemos olvidado. Sin embargo, en esencia, la historia señala que en Chapinero --sector distinguidísimo de la Bogotá de otros tiempos y hoy lugar plagado de establecimientos de prostitución-- las familias de alcurnia vendían dulces por la puerta del patio. Si desenvolvemos este tema, encontramos como asunto o argumento lo siguiente: las familias de abolengo, los típicos chapinerunos, debían simular solvencia económica y una tradición envidiable ante sus vecinos y relacionados.

Todas sus costumbres continuaban inalteradas para mantener ocultas las carencias, rayanas con la miseria en muchos casos. Se jugaba así al mutuo engaño, pues quien ahora aparentaba, también admiraba las apariencias de sus vecinos y conocidos. Pero como ocurre en "El Lazarillo de Tormes" con el pícaro y el noble caballero que le sirve de amo en determinado momento, el vendedor de dulces, en últimas, es quien salva a las familias y no permite que mueran de física hambre.

En situaciones como las que acabamos de mencionar, los dueños de casa no sobresalen como modelos de laboriosidad; por el contrario, sus pergaminos les impiden desempeñar actividades por debajo del nivel que ellos mismos se han inventado.

En toda comunidad existe este producto social, formado por una mezcla de soberbia e inadaptación a la realidad. Son personas que esperan mucho sin tener ellos mismos las bases indispensables para merecer lo que pretenden. Confiaron en su posición social, en el poder de los apellidos como único requisito exigible hasta hace algunos años para desempeñarse como administradores, conductores o representantes de los ciudadanos corrientes.

Anhelan, pues, un alto puesto en el gobierno convencidos de que su lugar está allí; o mejor aún, de que allí están ellos para ocupar ese lugar. Son y serán los engañados y frustrados personajes desfasados, los mismos que esperan que la Historia no solo se detenga sino que comience a marchar hacia atrás para recuperar sus posiciones de privilegio. Desean ignorar --pero no lo consiguen-- que los hijos del pueblo se han apoderado de la cultura y de la ciencia que ellos miraban con desprecio. ¿No es eso, precisamente, lo que el filósofo José Ortega y Gasset nos presenta como causa del atraso del pueblo español en su obra "España invertebrada"?

Cada vez son menos, pero todavía los hay. Y se los encuentra uno por ahí, como pendientes de que algún memorioso recuerde que un día fueron altos funcionarios --aunque siempre "encargados"-- de cualquier cosa; de que recibieron una de tantas medallas que se otorgan a manos llenas, como en ferias pueblerinas, por motivos baladíes; de que en representación del Secretario de Educación, por ejemplo, asistían, cataban y agotaban los licores en las ceremonias de grado.

Cada vez son menos, pero todavía los hay. Y los observa uno, indecisos, sin saber si deben decirle 'doctor' o no al joven morenito que los atiende en una dependencia oficial. Y los contempla uno rumiando su propia grandeza familiar mientras piensan que ese funcionario advenedizo bien podría ser el vendedor furtivo del Chapinero de otras épocas.

Y los comprende uno, porque no pueden estar en los altos cargos por falta de capacidad, ni en los puestos bajos porque se lo impide su soberbia. En fin, los compadece uno, porque también los cargos intermedios requieren disciplina y sacrificio y ellos nunca tuvieron disposición para asumirlos. Tarde se darán cuenta; pero con el reconocimiento de los méritos personales, el pueblo raso se acerca cada vez más a los cargos públicos, se apodera de ellos y prueba que puede desempeñarlos.