¿Y el mar de los samarios?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Alvaro González Uribe

Alvaro González Uribe

Columna: El Taller de Aureliano

Web: http://eltallerdeaureliano.blogspot.com



Cuando se vive en Santa Marta, es perceptible que "mar" no es una palabra que esté integrada conceptualmente a ese nombre de ciudad tan bello, en la intensidad que uno espera, pese a que sí lo está fonéticamente. La causa es clara: por varias razones, una considerable mayoría de ciudadanos samarios vive de espaldas al mar, no lo siente, no lo usa, no lo tiene en cuenta, y muchas veces hasta se queda sin verlo durante muchos meses. Tal situación es triste e impide que precisamente quienes están llamados a aprovechar en primer lugar todos los usos de esa maravilla planetaria no se beneficien de vivir a su lado. 

Ser costeño o Caribe es más que pertenecer a una cultura de las más caracterizadas y ricas de Colombia, también, en el caso de los nacidos en las ciudades ubicadas en el litoral Caribe o en su zona de influencia, ser costeño lleva implícita una existencia cercana al mar y a sus playas. Por tanto, estar de espaldas a semejante prodigio es algo que debemos corregir. 

Con algunas excepciones fundadas en actividades económicas y deportivas, hoy en Santa Marta no existe una cultura marina, la cual debe nacer desde los primeros años de vida, en los entornos familiares, escolares, universitarios, laborales y, en general, en grupos sociales de cualquier tipo. En sus líderes, dirigentes o administradores radica la primera obligación de que Santa Marta sea de verdad marítima.

Por otro lado, las administraciones distritales deben jugar un papel clave en dicha tarea, multiplicando y propiciando playas más amplias, limpias y dotadas del equipamiento adecuado, con uso totalmente gratuito, controlando, además, los precios y calidad de los productos que allí se vendan. Es la mínima retribución que los ciudadanos deben tener por vivir en un lugar privilegiado por la naturaleza -algo así como unas "regalías" en especie-, diferentes a los recursos que deja y tiene que dejar el uso de las playas por parte de los turistas.

Es que está bien que el mar y sus playas se dispongan para los turistas como fuente de recursos para la ciudad, pero ello no obsta para que también esté dispuesto en iguales condiciones para nosotros, quienes habitamos en su orilla. Es un derecho que tenemos por vivir acá. Las bondades que busca el turista en las playas y en el mar, también deben ser para quienes estamos residenciados en la Costa, así no sea por novedad o turismo propiamente dicho. Se trata de recreación activa y pasiva, al igual que los mismos habitantes del interior gozan de sus propias montañas, ríos, lagos, bosques y construcciones características de sus climas y zonas.

Todo eso se consigue con una acción directa sobre las playas y construyendo y mejorando las vías para llegar a ellas. Además, con campañas educativas y promocionales que motiven las bondades recreativas y de salud que ofrece el mar. Cuando como en mi caso se ha nacido y se ha vivido casi toda la vida en el interior, y se conocía el mar solo de paseo, se da uno mayor cuenta del gran privilegio que significa vivir en una ciudad costera, y por tanto se intenta aprovechar más el mar.

En Santa Marta hay casos dicientes que resaltan la paradoja de no ser una ciudad culturalmente marina. Entre ellos sobresale uno que es indignante: el hecho de que por cada vehículo y persona haya que pagar dinero a particulares para poder entrar por tierra a la hermosa y paradisíaca playa pública -como todas- de Bahía Concha. Es un atropello que las autoridades no deberían permitir bajo ningún pretexto o norma bastante discutible. Cuando un turista visita dicha playa lo hace una o dos veces en una temporada, y no se hace muy notorio el abuso, pero cuando se quiere ir varias veces al año es acentuado e inadmisible. Y eso para no hablar de la vía por la cual allí se llega, hoy posible solo para vehículos camperos.

Hay muchos otros casos, como el poco cuidado integral de El Rodadero que cada vez se deteriora más. Lo mismo ocurre con Playa Blanca y las vías de acceso a otras playas, cuyo descuido no solamente afecta a quienes vivimos en Santa Marta sino ya también a los turistas, lo que significa, no solamente impedir el uso a los samarios de sus playas, sino también alejar a los turistas, única fuente de recursos para tantos.