Ciénaga: la pequeña política asistencialista (2)

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Payares González

Carlos Payares González

Columna: Pan y Vino

e-mail: carlospayaresgonzalez@hotmail.com



Bajo el modelo político asistencialista (de moda durante los procesos eleccionarios) el destinatario es meramente un receptor de productos o servicios que le ofrecen (rellenos, postes, cables eléctricos, transformadores, abanicos, canchas de fútbol, subsidios, etcétera). El político asistencialista genera una relación clientelista con los individuos que se benefician de sus "desprevenidas ayudas". No promueve ni le interesa la dignidad y la fuerza autogestionaria de la gente sino la alienación prebendaría para poder aprovecharse.

Siempre está a la espera de "algo" a cambio. Trátese de votos o de afectos políticos. Siempre, en el fondo, está la intención politiquera del trueque. Yo te doy, tú me das… El asistencialismo del rampante populista se presenta como un intercambio entre personas. Sin embargo, es una relación de dominación en la que participan ciertos individuos que prestan determinados servicios, bienes o favores a otros que los retribuyen con fidelidad, prestigio o apoyo político electoral.

El clientelismo asistencialista puede ser considerado como un conjunto de creencias, presunciones, estilos, habilidades, repertorios y hábitos que acompañan a los intercambios (el habitus clientelar). Por eso el asistencialista se esmera en justificar sus acciones con la pretensión de ser entendido como un hombre bondadoso que sacrifica su tiempo y bienes a cambio de nada.

Lo repito: el intercambio de bienes y de servicios por apoyo político y votos se ha profundizado en Ciénaga con el desempleo y las carencias materiales resultantes de la incompetencia oficial y la corrupción político-administrativa reinante.

El populismo prebendario que se observa hoy en la campaña electoral en Ciénaga es perverso porque apuntala al modelo político constituido y profundiza los privilegios. En lugar de solucionar los problemas que afectan a los más desposeídos, establece un sistema que desarticula la dialéctica social bajo un beneficio selectivo para nada productivo. Así mismo, entra en una total contradicción con las banderas del movimiento político que dice representar: el Polo Democrático Alternativo.

Las políticas de asistencia a los sectores desprotegidos, por oposición a la implementación de políticas públicas orientadas a una mejora estructural de sus condiciones de existencia, han sido generalmente acompañadas por criterios y relaciones clientelares. La distribución de estas prebendas constituye un modo de obtener adhesiones electorales, desvirtuando los mecanismos democráticos de participación; pervirtiendo la democracia por medio de la compra de la conciencia popular. La capacidad de acción de los grupos excluidos en un determinado contexto socio-económico es neutralizada por efecto de las políticas asistencialistas, las cuales, al ofrecer respuestas a corto plazo a las urgencias de los más necesitados, impide el surgimiento de demandas sociales legítimas y la consecuente adopción de políticas alternativas que pudieran dar efectiva respuesta a esas necesidades. Por eso el populismo asistencialista es de profundo raigambre conservadurista.

Los políticos asistencialistas rompen el vínculo natural que surge entre aquellos que comparten las mismas condiciones materiales de vida, reforzando en cambio el individualismo y la salvación personal y minando la posibilidad de creación de lazos de solidaridad entre los miembros de una comunidad.

La personalización y la verticalidad propias de estas relaciones y la consecuente atomización individualista socavan la generación de acciones colectivas. Puede afirmarse que la necesidad de terminar con el clientelismo asistencialista requiere de la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales al conjunto de los seres humanos por el solo hecho de serlo y no por integrar una red partidaria o hacer gala de algún color de bandera.

Por lo tanto, la lucha contra el intercambio de favores por votos no debe ser una lucha contra los beneficiarios (ni siquiera contra los asistencialistas), sino por la vigencia plena de los derechos humanos para todos. Por la dignidad y libertad de conciencia de la gente. La compra del voto no ha dejado de ser una especie de lepra para las democracias participativas. Por lo tanto, todo ciudadano de bien debe rechazar el modelo asistencialista para el logro de una auténtica voluntad popular.