El pasado domingo 11 de septiembre se cumplieron diez años de los espantosos atentados acaecidos en los Estados Unidos, en el cual dos aviones chocaron contra las emblemáticas Torres Gemelas, una tercera contra el Pentágono y una cuarta fue derribada ya que al parecer iba para la Casa Blanca.
También un 11 de septiembre pero del año 1973, el genocida y siniestro general chileno, Augusto Pinochet, apoyado por la CIA, por el entonces presidente americano, Richard Nixon y su siniestro secretario de Defensa Henry Kissinger, forjaron un golpe de estado al gobierno legítimo del comunista presidente de Chile, Salvador Allende. No podían aceptar un liderazgo como el de Allende a quien le preocupaba la pobreza extrema de sus compatriotas y jamás perdonaron que nacionalizara las compañías mineras. Sin duda, una fecha para recordar en la cual la sociedad chilena no ha logrado cicatrizar esta triste herida.
Ojalá, los medios de occidente, así como hicieron merecidos homenajes a las víctimas inocentes en los Estados Unidos, se les diera por averiguar cuántos muertos inocentes hubo en la invasión a Irak, o cuántos en Libia. Me agradaría que los grandes noticiarios de televisión nos recordaran que el mayor atentado terrorista de la historia de la humanidad fue contra Japón, cuando los gringos lanzaron la Bomba Atómica en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945.
Harían bien estos medios recordarnos las masacres de Sabra y Chatila perpetrada por el ejército israelí en el que murieron más de dos mil palestinos. Y, así recordar a miles de viudas, viudos, huérfanos, que ha dejado el plomo regado por los grandes países de occidente, en el cual pareciera que los muertos de un lado son más valiosos que otros.
Y es al contrario, todos los muertos víctimas de atentados terroristas se deben evaluar por igual, ya que el dolor es general y no por partes como erróneamente nos quieren presentar, la mayoría de los medios de comunicación.