Otra manera de ver el salario mínimo

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Cecilia Lopez Montaño

Cecilia Lopez Montaño

Columnista Invitada

e-mail: cecilia@cecilialopez.com



La incapacidad de los economistas neoliberales que dominan el debate en Colombia de compartir ideas con quienes siguen otras escuelas de pensamiento, ha generado grandes costos sociales cuando no económicos.
Esta realidad común en toda América Latina gracias al poder que los organismos multilaterales han tenido durante décadas en los distintos gobiernos y centros de pensamiento amerita un análisis muy de fondo, en momentos en los cuales la incapacidad de generar desarrollo con equidad tiene a la población en las calles. La razón innegable de este inmenso movimiento social tanto en Colombia como en Chile es la profunda desigualdad que por fin despertó a amplios sectores nacionales.

No obstante, las decisiones económicas y en general de política pública se han venido tomando desde una sola mirada lo que las convierte en dogmas que no se discuten. Tal vez el caso más relevante en estos momentos es el que tiene que ver con las decisiones sobre el alza del salario mínimo para el 2020 en Colombia. La tesis neoclásica defendida también por los gremios de la producción es que subir el salario mínimo, eso sí más allá de lo mínimo, genera desempleo porque como afirma Mauricio Olivera, “… si el costo aumenta demasiado, las empresas dejan de contratar, lo que puede generar desempleo, o en el caso en que las personas necesiten trabajar, informalidad”. Esta es la idea dominante reforzada por la tesis de la baja productividad de la mano de obra como si esto fuera solo responsabilidad de los trabajadores.

Pero como lo afirma la OIT, “Las teorías macroeconómicas destacan el hecho de que el pago de salarios más altos no sólo eleva los costos laborales para los empleadores, sino que también aumentan la demanda de consumo entre los trabajadores con salarios bajos y sus familias.” Como continúa la OIT, “suponiendo que no se generen grandes efectos negativos sobre la competitividad externa (que podría ser el caso de las economías muy orientadas a la exportación) o sobre la inversión, esos “efectos de consumo” positivos pueden dar lugar a aumentos de la demanda agregada y el empleo. Inclusive plantea que “…si algunas empresas de baja productividad reducen el empleo o van a la quiebra, esto no significa necesariamente que el empleo agregado se reducirá. En realidad, el empleo puede expandirse en otras empresas, y los salarios más altos pueden atraer a más personas al mercado laboral”. Aunque teóricamente se reconoce esta posibilidad, la verdad es que a la hora de abrir el debate entre trabajadores, empresarios y gobierno sobre el futuro del salario mínimo, es la primera tesis, la de sus costos para los mismos trabajadores porque reducirá el empleo, la que domina la discusión.

Lo primero que debe anotarse es la necesidad de respaldar esta tesis con cifras, con investigación que muestren claramente su valides. Simplemente afirmar que el aumento del desempleo en 2019 es el resultado del incremento del 6% en el salario mínimo en este año, no es aceptable entre otras porque el desempleo viene aumentando desde antes. En segundo lugar, como lo afirma Mauricio Olivera, es verdad que como los recursos son escasos, cuando alguien gana otros pierden y esto lo sustenta poniendo también a los trabajadores desempleados e informales como los que pagan el costo de elevar los salarios.

Sin embargo, por qué no se plantea que quienes deberían asumir ese costo en principio deberían ser los empresarios reduciendo no el empleo sino sus utilidades porque entre otras, con los mayores ingresos de los sectores pobres que son los que reciben ese incremento, van a comprar más lo que les compensaría ese costo con mayores ventas y utilidades. Esto es especialmente cierto en Colombia donde es la demanda interna y no la externa la que más contribuye al crecimiento de la economía.

La razón por la cual esta alternativa no se plantea es por el dominio de la tesis neoclásica que congela el debate y que excluye cualquier posibilidad de pedirle al empresariado que contribuya realmente y no de manera marginal a mejorar los ingresos de los millones de colombianos que reciben si acaso un salario mínimo. Además, cuando la inflación por fortuna en Colombia está en bajos niveles, el argumento del efecto inflacionario de este incremento salarial pierde vigencia. ¿Es demasiado pedirles a los empresarios que pierdan momentáneamente un poco de sus ganancias en aras de contribuir a reducir las profundas desigualdades de este país? Es pedirles que saquen el debate del salario mínimo del hueco de siempre. Es una ilusión que ojalá se convierta en realidad.