Sin ambages ni eufemismos, con ojo avizor y los pies bien afincados en el suelo de la Patria, no podemos mimetizar la tozuda realidad: Colombia padece de crisis medular. Duele decirlo. Es apenas natural.
El relativismo es, curiosamente, absolutista y totalitario, no permite diferir del propio relativismo, en nada difiere con el –cállese- o –no te metas”-. (Papa Francisco, Pensamientos, Paulinas, páginas. 8 y 9). ¿No sufre crisis ostensible una nación que consagra en su Carta Política ser República regida por sistema democrático, y nadie menos que el ostentoso Nobel de Paz viola sin reato la voluntad mayoritaria del pueblo soberano expresada libremente en votación plebiscitaria? Quebrantamiento del designio del constituyente primario acolitado por el Congreso de la República y por la Corte Constitucional. Corporaciones ambas caídas en descrédito manifiesto igual que las otras altas Cortes y los entes de control. ¿No está afectado de grave patología un Estado en el que reina la impunidad y deshonran las ramas del poder público individuos incursos en corrupción y en crímenes de lesa humanidad? En el que es sorprendido en la oscuridad donde -“solo trabaja el crimen” (Simón Bolívar)- con tula de dinero, falaz paladín del cambio para combatir la corrupción. Y se erigen en voceros de las reivindicaciones populares y de los trabajadores opulentos aburguesados unos, y oligarcas de overol, otros, unidos en la vocinglería que incita al vandalismo, a la subversión y predican el odio de clases. Carcomidos por el resentimiento, atormentados por complejos irredimibles y por las emanaciones de la conciencia que les recrimina sin pausa conductas execrables. La disolución de la familia, la drogadicción, el desempleo, la destrucción del medio ambiente. Sería prolijo mencionar otros factores que afectan letalmente la salud de Colombia. Son muchos los problemas que aquejan inveteradamente el cuerpo de nuestra comunidad y que se han agigantado con el paso del tiempo sin que se les haya dado la solución oportuna y adecuada. Hay que avocarlos. Sin temor ni demagogia.
No es posible resolverlos todos ahora y ya, como pretenden, absurdamente, algunos promotores de los movimientos callejeros, inspirados en propósitos políticos y recurriendo a presión irresponsable. Es urgente hacerle una reingeniería a fondo a la institucionalidad colombiana, para corregir fallas protuberantes en la estructura del Estado, con el fin de que este cumpla a cabalidad las funciones políticas, económicas y sociales consignadas en el Estatuto Superior. Pero este imperativo nacional no se realiza con marchas tumultuarias permanentes que degeneran, lamentablemente, en desmanes, con muertos y heridos civiles y de la fuerza pública, turbación del orden público, alteración de la tranquilidad ciudadana, destrucción del inmobiliario oficial y del patrimonio privado, detrimento billonario de la actividad económica y perturbación del derecho de los asociados de poder desarrollar su labor cotidiana libre, segura y pacíficamente. Lograríamos el cambio ipso facto si todos aplicáramos el tríptico de Ulpiano: Vivir honestamente, no hacerle daño a nadie, y darle a cada cual lo que le corresponde