Dilan somos todos

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Ricardo Villa Sánchez

Ricardo Villa Sánchez

Columna: Punto de Vista

e-mail: rvisan@gmail.com



Por eso la muerte de cualquier hombre arranca algo de mi, porque estoy ligado a la humanidad; y por tanto, nunca preguntes por quién doblan las campanas, porque están doblando por ti. John Donne

Hoy voy a escribir en primera persona. Ustedes me perdonarán y entenderán. En la noche de ayer, cuando muchos intentábamos conciliar el sueño, después de varios días de tensión, de indignación, de expectativa, de activismo, de esperanza, rodó la triste noticia de la muerte de nuestro joven Dilan Cruz.
Digo nuestro joven, en el entendido de que hace parte de nuestra esencia, de nuestro relato de Nación que nos une, así nos duela, y al mismo tiempo, su historia de vida es fiel reflejo de nuestra tragedia.
Un joven que podría ser el hijo de cualquiera de nosotros, el hermano, el familiar, el amigo, el compañero, el vecino, y así no lo fuera, era un colombiano, era un ser humano. Un joven que aún no se había graduado del colegio, que salió por la mañana de su casa, con una sonrisa de oreja a oreja y nunca regresó.
Podría ser que estaba en el lugar equivocado o podría estar comprometido con una causa justa. Podría él pensar que vamos mal o ser indiferente. Podría llegar a ser un fin en sí mismo, en la definición de Kant de la dignidad, pero la violencia no lo dejó.
¿Hacia dónde vamos? El país nacional sabe que no podemos seguir así. Por fuera de cualquier orilla que se mire, la violencia no es el camino. Ni por parte del Estado, que es garante de nuestra vida, derechos, honra y bienes ni de cualquier interés o propósito que la utilice. Nada justifica la muerte violenta de una persona. Mucho menos será en vano la muerte de un joven, como Dilan, con porvenir, con ideales, con compromiso, con sueños.
¿Este es el camino que elegimos después de suscribir un Acuerdo histórico de Paz, que puso fin a un cruel conflicto armado de más de medio siglo? Mucha sangre corrió, y sigue su estela, desde la casa de Rebeca en Macondo. Mucho odio, deseo de venganza, procesos sociales y políticos truncados, una fábrica perversa de víctimas, colombianos en el exilio o como parias sobreviviendo en el exterior, transformaciones detenidas, exclusiones y desigualdades sostenidas, privilegios perpetuos, familias separadas, pobreza en proporción geométrica, corazones rotos, amistades perdidas, desencantos y anhelos en el olvido.
Ojalá podamos volver a creer que es necesario dialogar y concertar acuerdos para que este país con C mayúscula, vuelva a ser viable, democrático, más justo y más humano. Me pregunto: ¿Cómo lograr retomar el rumbo de la Paz y avanzar hacia la reconciliación? La cadena de violencia, es como el hoyo negro de la perdición. Avanzamos un paso, y retrocedemos dos. ¿Y eso a quién le sirve? En vez de buscar culpables para señalar, pensemos en el qué hacer. Esta coyuntura crítica es el momento para atreverse a pensar y a volver a creer en salir adelante, con propósitos comunes que generen esperanza.
Mis condolencias a la familia de Dilan Cruz. Dios lo tenga en su gloria. La vida es sagrada. Repudio desde mi alma este grave hecho de violencia que nunca más deberá repetirse en un país civilizado. El Estado deberá responder. El llamado es a la reflexión, a la concordia, a la calma. No nos matemos más. Ni caigamos en el juego de encender una mecha en una caja de pandora llena de pólvora que a nadie le es loable y útil. Parafraseando a John Donne, hoy las campanas doblarán por Dilan, paradójicamente su memoria será una cruz en nuestras espaldas para salir del fango, pero, también, las campanas redoblarán por todos, en nuestra resistencia, en nuestra voluntad de cambio, en nuestro ideal democrático.