Nuestra guerra infame

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



“El arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin luchar”. (Sun Tzu, “El arte de la guerra”)

La guerra jamás será para construir; es lo más destructivo que ha inventado la especie humana. La complejidad de los conflictos, sus causas, consecuencias y demás impiden visualizar con claridad las soluciones urgentes, especialmente cuando, como en Colombia, el conflicto armado interno se alimenta de la polarización política. Guerras ha habido y hay de todo tipo: desde las primitivas guerras entre tribus, libradas con palos y piedras por alimentos o territorios, hasta las posmodernas, que se desarrollan con armas inimaginables, en una lucha por el poder global, apalancadas por grandes intereses económicos.

Colombia, desde su mal llamada independencia, ha vivido de conflicto en conflicto, prácticamente sin conocer períodos de paz verdadera, algo muy distinto al simple silencio de las armas, tal como confluyeron conceptualmente personajes tan disímiles en el pensamiento político como Álvaro Gómez Hurtado, Jaime Bateman o Héctor Abad Gómez. Los orígenes de nuestras guerras se pierden en las lejanas foscas de la historia. Las hay armadas por el poder político, la tierra, el control del narcotráfico; otras son económicas, y se libran tanto en escenarios como los cuerpos colegiados o los ministerios como en estrechos círculos empresariales. Las herramientas de las guerras actuales son muy sofisticadas, y tanto espionaje como soborno siempre han sido clave en ganarlas.

Hemos vivido conflictos tan variados como la Patria Boba, la guerra entre centralistas y federalistas, la Guerra de los Supremos, diversas guerras civiles hasta la Guerra de los Mil Días en el siglo XIX, con consecuencias tan graves como la muerte de cientos de miles de civiles ajenos al conflicto (siempre, las principales víctimas), destrucción de la producción y ruina fiscal con empobrecimiento general y retraso en el desarrollo, odio y polarización (que aún persiste) y la Separación del Panamá hace algo más de un siglo. La más reciente guerra lleva más de 70 años, con variopintas formas desde entonces. Empezó en 1948 con la violencia entre liberales y conservadores, siguió con las guerrillas liberales transformadas en comunistas, continuó con la guerra contra el narcotráfico y hoy, en esta confrontación confluyen todos esos y otros elementos. Una causa común en todas nuestras guerras es la ceguera de los gobernantes, casi siempre de espaldas al ciudadano, la polarización política (hoy acentuada al máximo) y la conveniencia de unos pocos apoyados en mandatarios venales. Desde luego, ello causa ausencia de estado particularmente en la periferia; el tradicional triángulo de oro (Bogotá, Medellín, Cali) ha agregado algunas otras ciudades como Barranquilla o Bucaramanga, con un descuido tal en las fronteras que el delito se apodera de la economía, el hambre campea, la ausencia de servicios públicos está a la orden del día, y el “paganini” siempre es el ciudadano del común.

Es hora de hacer un alto en el camino. Colombia no progresa por la descomposición social alimentada por las diversas guerras internas.  El actual proceso de paz ha sido bombardeado mediática y políticamente, para hacerlo trizas, como ofrecieron algunos. No podemos darnos el lujo de regresar a la guerra plena. Hay que construir paz con un gran acuerdo sobre lo fundamental como pregonaba Álvaro Gómez, restituyendo derechos conculcados, redistribuyendo los recaudos fiscales hacia la población vulnerable, carente de los mínimos vitales. Infame recurso para obviar la presencia del estado es afirmar que “todo lo quieren regalado” cuando este, siempre ausente, niega hasta el agua a los excluidos. La paz es más que la ausencia de conflicto; la presencia del estado debe ser real, con algo más que plomo y bombas.

Hay que desarmar los espíritus, dicen muchos. Empecemos por botar a la basura los carnés de los partidos, terminar con las idolatrías, pensar con la cabeza y elegir a conciencia. De nosotros depende detener el conflicto, darnos las manos y empezar a construir una gran nación. Lo tenemos todo; construyamos una gran Colombia.