Chile: más que la desigualdad económica

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Desde arriba de Santiago de Chile se aprecia una inmensa capa grisácea que cubre a la ciudad; es, simplemente, humo, contaminación ambiental.
Claro, todas las grandes ciudades sufren esta calamidad, pero en la capital chilena la situación es complicada; la polución ambiental obliga a controlar la calidad del aire, que no circula debidamente por los cerros. Se declara con frecuencia el estado de emergencia, que limita el uso de los vehículos, paraliza las industrias que no cumplen los estándares ambientales, se prohíbe el uso de leña, la quema ambiental e, incluso, la actividad física. Estas medidas se extienden de mayo a agosto, período en el que la aparición de enfermedades relacionadas con el smog; problemas alérgicos, respiratorios, dermatológicos y demás congestiona los servicios médicos.

Además del uso de petróleo, gas y carbón para el transporte, la industria y la calefacción, otros factores influyen de modo significativo. Por ejemplo, la privatización del agua. “Chile está violando el derecho humano al agua”, dice Ingrid Wehr, de la Fundación Heinrich Böll. “En los años 80, el Estado chileno privatizó el agua y regaló los derechos de agua a privados, que posteriormente pueden negociar el agua según demanda y oferta”, señaló. Más de 3 millones de chilenos del mundo rural carecen de agua potable, pues esta se reparte hacia determinados sitios, reduciendo la cantidad que debe ir a los ciudadanos.

Casi todas las cuencas hídricas están agotadas, el ciclo del agua se rompió y las precipitaciones escasean. Esto ha generado la conversión a desiertos de áreas que eran fértiles, y varias ciudades han quedado sin agua. Por ejemplo, Osorno estuvo dos semanas sin el fluido hídrico. El riesgo de incendios se aumentó, y el gobierno tuvo que decretar la emergencia agrícola y crisis hídrica en la zona centro-sur. Los incendios han arrasado más de 500.000 hectáreas. Las normas forestales benefician a las grandes fortunas del país, que poseen más de 2 millones de hectáreas destinadas a pinos y eucaliptos, especies que demandan enormes cantidades de agua, acidifican los suelos y agotan las napas freáticas, a diferencia de las especies nativas que preservan el agua. Sombrío panorama vive al país austral.

La privatización consiste en colocar un intermediario entre los bienes y servicios que debe proveer el estado y los gobiernos. Dede luego, ello implica un ánimo de lucro. Si privatizar mejora lo que el estado es capaz de hacer, si los precios son justos para el ciudadano, si el estado se beneficia de ello, bienvenida la privatización. Si los recursos obtenidos por el estado se aplican en beneficio general con inversiones en salud, infraestructura, educación, etc., es el mundo ideal.

Pero nuestros gobiernos han optado por figuras insostenibles en el tiempo. Lucro desmedido para unos pocos, pérdidas para la nación, corrupción desaforada sin control alguno y reducción progresiva de los beneficios al ciudadano, que es quien sostiene a los gobiernos. Esta figura, llamado neoliberalismo, promovida en Chile luego del golpe de estado a Salvador Allende y la imposición del dictador Augusto Pinochet ha fracasado rotundamente en Chile. Si bien el grueso de la economía es favorable, la redistribución del dinero recae en unos pocos, con depauperación progresiva de la población general. Las pensiones intermediadas por fondos privados les generen a estos ingentes ganancias, con detrimento inmoral de los bonos pensionales a los aportantes. Los salarios son cada más insuficientes para la mayoría de la población y los servicios básicos sufren incrementos intolerables. Todo por la plata…

Las manifestaciones masivas en Chile, de más de un millón de personas, son manifiesto del creciente descontento de la ciudadanía con el modelo depredador. Colombia, atrasada en todo, no toma ejemplo. Para allá vamos, pues los gobiernos, que trabajan en favor del gran capital, no escuchan al ciudadano. El descontento general puede terminar en una horrible tragedia si no se toman medidas efectivas de manera urgente. Estamos a tiempo.