De chile para Colombia… con amor

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Cecilia Lopez Montaño

Cecilia Lopez Montaño

Columnista Invitada

e-mail: cecilia@cecilialopez.com



El desconcierto que ha generado la convulsión en Chile es la oportunidad para que aquellos que se sentían dueños de la verdad y que han impuesto sus ideas durante décadas escuchen unas cuantas verdades que no quieren aceptar.
Probablemente, la que más se requiere ahora es que por fin se reconozca que es el Estado, y no el mercado, el que tiene la responsabilidad de garantizar el bienestar de toda la sociedad. Pero en esta obsesión neoliberal, el rol del Estado quedó reducido a darle limosnas a los más pobres y a apoyar al empresariado; llenándolo de prebendas que no se tradujeron en lo que tanto proclaman al unísono gobiernos y empresarios: empleos decentes, ingresos suficientes, oferta de educación, salud y protección social para garantizar movilidad social, bienestar y una vejez digna.

A muchos de nuestros colegas economistas se les olvida que este modelo, que después se recogió en el Consenso de Washington, empezó en América Latina bajo el gobierno del dictador Augusto Pinochet, con la bendición de la cuna del neoliberalismo en la escuela de Chicago. Hoy quienes lucharon por la democracia en Chile, y lo lograron, reconocen con pena que a pesar de ajustes valerosos, la esencia del modelo que privilegia el mercado sobre el Estado continúa hasta el día de hoy.

En estos momentos de desconcierto, cuando el descontento es imparable, los economistas creen que basta con otros pequeños ajustes porque lo que “está en crisis es la democracia por culpa de políticos distantes, ineptos y corruptos.” Pero como siempre sucede, más cautelosos, los políticos van a terminar echándole la culpa al modelo económico, o sea, a los economistas. La verdad es que apenas se empieza a entender la profundidad de este drama pero ya se sabe, y es más grave aún, todos coinciden en que es imposible saber dónde terminará esta situación. Mientras esto sucede, Chile si le envía un mensaje a Colombia… con amor.

Para entenderlo solo basta mirar las propuestas que tanto la OCDE, frente a la cual se desmaya el gobierno Duque tan o más de derecha y neoliberal que el de Piñera, como las de los empresarios que se sienten dueños, con razón, del actual gobierno en Colombia. El señor Gurría propone subir el IVA —aún más— para enfrentar un problema peor que el que tiene Chile: muy pocos impuestos sobre el PIB. Por qué no leen lo que dice ahora el expresidente Ricardo Lagos cuando se arrepiente de lo que le tocó hacer. Como no tenía espacio político para subir otros impuestos solo le quedó el IVA, altamente regresivo, para hacer las obras impostergables de infraestructura que hoy tiene Chile. Sin duda, el costo de estas decisiones lo asumió quien no debía: la gente. Hoy esos chilenos tienen en jaque a su país, y además, temblando a quienes lo seguían como su modelo. En Chile, como en Colombia, era y sigue siendo imposible que los individuos ricos —la mayoría dueños de las empresas y con inmenso poder político— paguen los impuestos que les corresponden.

Pero hay más, como el Estado es tan ineficiente, culpa de los políticos, se privatizaron las pensiones, la salud y la educación. Hoy se prende ese país porque las pensiones en manos de los Fondos —que copiamos en Colombia— son irrisorias; la educación tiene a la juventud al cuello con deudas impagables, y la salud es mala y costosa. Pues resulta que la propuesta de reforma pensional del gobierno Duque es reforzar el modelo en crisis de Chile, y ahora propone que “la pensión será lo que ahorre cada individuo”; es decir, una pensión miserable para los miserables y una pensión bien rica para los ricos. La salud en manos de EPSs e IPSs tiene muchas de las debilidades que enardecieron al pueblo chileno y no se vislumbra ningún cambio de modelo porque la salud sigue siendo un negocio.

El mensaje de Chile a los colombianos es subliminal y bien directo: si no entienden que esa forma de responder a las profundas necesidades de una sociedad más desigual e injusta que la chilena prepárense, y después no digan que no se los advertimos… con amor.