Santa Marta: una “casa” en abandono

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Escrito por:

Veruzka Aarón Torregrosa

Veruzka Aarón Torregrosa

Columna: Opinión

e-mail: veruzkaaaron.t@gmail.com

Twitter: @veruzkaaaron


A fines del siglo XV León Battista Alberti decía, “la ciudad es una casa, la casa es una ciudad”. Esta apreciación, no solo es cierta en términos de la relación emocional que desarrollan las personas con respecto a su territorio, sino que es una premisa para la gestión y gobernabilidad del mismo, ya que la ciudad en sentido ampliado es nuestra “casa”, el eje de nuestras actividades, y por tanto requiere de atención y cuidados para su sostenibilidad.

Una de las ofertas de ciudad que mayor impacto tiene en la calidad de vida de los habitantes, es el espacio público, definido por la normatividad colombiana (Art. 5. Ley 9 de 1989), cómo “El conjunto de inmuebles públicos y los elementos arquitectónicos y naturales de los inmuebles privados destinados por su naturaleza, por su uso o afectación, a la satisfacción de necesidades urbanas colectivas que trascienden, por lo tanto, los límites de los intereses privados de los habitantes”. En este orden, el artículo 82 de la Constitución de 1991 dice, “Es deber del Estado velar por la protección de la integridad del espacio público y por su destinación al uso común, el cual prevalece sobre el interés particular. Las entidades públicas participarán en la plusvalía que genere su acción urbanística y regularán la utilización del suelo y del espacio aéreo urbano en defensa del interés común”.

En virtud de la importancia que ha adquirido el espacio público para las ciudades desde el punto de vista socioeconómico y urbano-ambiental, su gestión se ha convertido en un propósito mayor para los gobernantes, algo que le ha quedado grande a la dirigencia samaria.

Desde la ejecución del proyecto de recuperación del Centro Histórico, el cual rescató ésta área de gran valor cultural, histórico y económico, la ciudad no ha sido objeto de una intervención de tanto impacto desde el punto de vista urbanístico. Todo lo contrario, los samarios hemos sido testigos del abandono del que ha sido víctima este sector en los últimos años, reflejado en el incremento de actividades de microtráfico, prostitución, inseguridad, las cuales a diario son denunciadas por la comunidad.

En iguales o peores condiciones de deterioro físico y seguridad se encuentran los camellones de las Bahías del Centro Histórico y El Rodadero, los cuales dejaron de ser el lugar de encuentro e integración que en años anteriores disfrutaban propios y visitantes, para convertirse en un espacio de tensión y conflicto de actividades que fomentan su degradación. Ni que decir del caos que se aprecia en los andenes de la ciudad, los cuales a pesar de los avances obtenidos en materia de rehabilitación física por el actual Gobierno Distrital, en términos de restitución de espacio, su gestión ha sido deficiente. Ejemplo de ello es la carrera Quinta, cuya vía además de ser un complejo de vergonzosos huecos que afectan la movilidad por sí misma; su invasión y la de sus andenes, han alcanzado niveles impensables que no admiten justificación para el grado de ingobernabilidad que reflejan.

En esta misma línea, el informe Santa Marta Sostenible (Findeter, 2016), diagnóstica que en la ciudad, de “las estimaciones realizadas de los parques y plazas de buena calidad, sólo se dispone de 0,5m2 de áreas verdes cualificadas por habitantes, frente a los 10m2/habitante recomendado por la OMS”.

En su Plan de Desarrollo, el alcalde Martínez propuso la “defensa y restitución del espacio público para edificar un sistema urbano que propicie el encuentro ciudadano”. Esto sin embargo, se sustentó en el desarrollo de programas que no se cumplieron, tales como; “Fortalecer la defensa de 80.000 metros de espacio público y las playas distritales”; “Construir 800 soluciones modulares para reubicar a vendedores estacionarios y semiestacionarios” y la “Creación del estatuto de espacio público”.

Pese a lo anterior, el proceso de degradación que atraviesa Santa Marta no obedece exclusivamente a la negligencia del gobierno actual y antecesores, pues en éste como otros aspectos críticos, nuestra precaria cultura ciudadana contribuye notoriamente. La ciudad es a los ciudadanos, lo que una casa es a sus propietarios. Es decir, Santa Marta representa nuestro abandono, conformismo, indiferencia y bajo sentido de pertenencia. Esa es la lectura que visitantes, turistas e inversionistas, hacen de nosotros como sociedad.