Aída: víctima o heroína

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Durante mis breves incursiones por la política del Atlántico nunca tuve la fortuna de topármela de frente. Digo la fortuna, porque hoy estaría escribiendo con argumentos más limpios lo que pienso la llevó a mostrarse como la más audaz y osada dama de la política nacional.
El refrán dice que a “los hombres (incluye a las mujeres) no se les juzga por lo que dicen sino por lo que hacen” y a algún advenedizo (a) se le ocurrió agregarle: “…por lo que están obligados a hacer”, intuyendo tal vez la presión que ejercen las fuerzas externas en nuestras decisiones y actuaciones.

Es una mujer joven de extracción humilde, comentan. Atractiva e inteligente. Que creció viendo cómo sobreviven las familias de Carrizal en Barranquilla. Unas, la mayoría, todavía del azaroso rebusque y, las demás, tal vez con empleos temporales menores, migajas, como compensación al trabajo y al favor político. Un barrio pobre de “capitanes” y “mochileros” que desde su fundación fue cantera electoral de quienes hace más de cincuenta años implantaron el fraude en los comicios y la compra del voto para perpetuarse en el poder.

Aída hizo el curso completo y se graduó con honores de la mano de avezados maestros. Probó sus capacidades con el manejo de la mochila y se consolidó como empresa con líneas de acción, sistemas, plan estratégico y recursos. Vendía al por mayor y al detal y acumulaba excedentes. Llegaron a llamarla “la reina del suroriente” por su efectividad, seriedad y cumplimiento. Se erigió como una de las mejores ofertas y se preguntó: ¿Por qué no yo? Tengo lo principal, me falta el aval y, ¿si lo es fulano, por qué no yo que he estudiado?

La picó el prurito de la insaciabilidad política. Comen y comen sin llenarse. Tenía suficientes saldos electorales acumulados y se eligió diputada del Atlántico con triple salto mortal a la Cámara por dos periodos consecutivos en los que afloraron sus capacidades de negociación, que la sostuvieron y la posicionaron como una nueva fuerza emergente en su partido de origen y una líder de mucho peso en el territorio. Pieza clave para todos los acuerdos. La vanidad política opacó su belleza. Aprendió al pie de la letra el oficio de elegir y ser elegida, escogió bien a sus leales aliados y a nombre propio participó en la elección de alcaldes y gobernadores del departamento.

Debía seguir su meteórica carrera, nada ni nadie la detendría, hasta llegar al Senado y convertirse en jefe de sus mentores, en la primera dirigente mujer, que vino de abajo y se abrió camino a dientes en un mundo hecho para machos machistas. Le tocó entonces, aprender a calcular, a intrigar, a crear falsas expectativas, a mentir, a chantajear, a sobornar, incluso a colgarse borrachos al hombro sin el menor recato, porque lo demás lo sabía, lo había conocido en las calles de la barriada. No pudo sostenerse más en la cúspide y le cayeron. Sabía que vendrían por ella y se preparó para esperarlos.

Nada por lo que el país hoy se revuelca dándose golpes de pecho ha sido improvisado o mera casualidad en su proceder. Ella, la heroína de los pobres o víctima de la perversidad del sistema, lo tiene todo -como dice El Chavo del Ocho- fríamente calculado. El cambio del nombre y captura de la hija y del odontólogo, las filmaciones de la espectacular fuga, la cinta roja y los patéticos abogados para no entrar en detalles muestran la frialdad de una reacción con aroma de mujer. De mujer dolida.