Banana republic

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Estuve leyendo en línea apartes de la nueva novela de Mario Vargas Llosa, Tiempos recios, desarrollada –parece- en una paradójica Guatemala:
paradójica porque, si bien, por un lado, fue favorecida con una geografía propicia para el cultivo masivo del banano (guineo, en el Caribe colombiano, República Dominicana, Puerto Rico, Ecuador y partes de Nicaragua), por el otro tuvo la mala fortuna de que la empresa –que más parecía pulpo- United Fruit Company utilizara, desde mediados del siglo pasado, su territorio como base para un macabro experimento social, político y económico que nos ha

traído hasta el día de hoy, a guatemaltecos y a los habitantes de otras naciones que han compartido el destino de vivir a lo colonia gringa sin serlo formalmente (siéndolo formalmente al menos se amortizaría la pobreza colonial con las sobras de los gigantescos PIB de algunos de los estados de la Unión Americana; siéndolo de facto, no).

Se deberá acaso a que el escritor peruano ve el fin próximo, o a que no le preocupa ya un rábano lo que piensen de él (a él, que sectores indigenistas del continente lo han tachado de poco menos que de fascista, y a quien pandillas de escritoras españolas graduaron con honores de misógino), pero el caso es que tema tan viejo no lo aborda cualquiera a estas alturas, porque hacerlo es similar a echar salmuera a una herida infecta. Con todo, no quiero parecer uno de esos adictos que duermen en la acera para adquirir cosas nada más han salido del horno (la obra se lanzó apenas ayer martes), pues, entre otras razones, practico la filosofía de evitar lugares en los que toca hacer fila (cuan humillante es formarse para comer en ciertos restaurantes, por ejemplo).

Sin embargo, debo confesar que me enganché a la historia de Tiempos recios y que quiero terminarla: es lo que pasa cuando un asunto complejo es explicado con sencillez, honestidad y algo de tono de revelación, si esto cabe respecto de cuestiones ya sabidas de antemano. Sea como fuere, es inevitable que la trama me importe, tomando en cuenta que el trasfondo no es desconocido para quienes vivimos en comunidades que, al igual que Guatemala, también han padecido el empuje yanqui “no más por invitar a un gringo a comer guineo” –al decir de un diálogo de Cien años de soledad-. Recordemos que, en la Zona Bananera de Magdalena, el goce común de esa pequeña Mesopotamia (circuito de riego vivo, nutrido por las aguas minerales de la Sierra Nevada) debió ser la clave de un intercambio internacional realmente provechoso para las gentes nativas; pero no: aquello se malbarató en el alargue de la moribunda Hegemonía Conservadora, aval de la masacre que después unos interesados se encargarían de negar, tal que en la ficción.

Algunos economistas han probado la tesis de que nacer con vastos recursos naturales no solo no garantiza nada en cuanto al éxito de una sociedad (ver Venezuela), sino que, por el contrario, la ausencia de facilidades telúricas viene a ser el acicate que el ingenio humano necesita para funcionar mejor (Israel, Holanda, Singapur, etc.). Tiendo a estar de acuerdo, pero además creo que el problema tiene calado: debe poder validarse la percepción relativa a que si un país posee riquezas ambientales, y no las socializa bien, en lugar de progresar mediante su usufructo se empobrecerá a través del saqueo de locales y foráneos, a plena luz del día. Maldita bendición.