Egan Bernal

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Joaquín Ceballos Angarita

Joaquín Ceballos Angarita

Columna: Opinión 

E-mail: j230540@outlook.com


Digno del mayor elogio. Con veintidós años apenas, ese modesto zipaquireño, en la imponente París, subió al podio para recibir la distinción suprema de “Campeón” del Tour de Francia, máxima competencia mundial de ciclismo.

A temprana edad Egan se erigió en personaje universal. Varón virtuoso, de talante humilde, espíritu aguerrido, ánimo de superación, honesto, disciplinado, con enhiesta voluntad de triunfo. Ejemplo de sencillez, alma bondadosa, carácter apacible, amo devoto del caballito de dos ruedas, en el que surca con ímpetu indomable aires internacionales y deja huella indeleble en las vías que recorre nimbado de triunfo.

Loor a ese gran compatriota  que, con su hazaña memorable, se vistió de gloria deportiva, hizo que el nombre de Colombia se escuchara con unción ecuménica, vibraran las notas del Himno Nacional, flameara con olímpico orgullo el tricolor Patrio y unió en resonante  grito de emoción las voces y los corazones de todos los colombianos.

Loas para el compatriota benemérito, modelo de actitud humana, arquitecto de vida edificante, del que deben convertirse en epígonos las generaciones promisorias presentes y futuras que tengan anhelo y visión de vencedores. Egan ha enseñado que, apartado de atracciones banales, del alcoholismo, la drogadicción, sin incurrir en demagogia ni corrupción, sin tomar las armas para matar congéneres, sin predicar odio, lanzar papas bombas ni piedras, ni exhibir sin pudor los glúteos en recintos respetables, pero con tesón, sindéresis, optimismo y esfuerzo, se puede lograr movilidad social  en equidad y ascender pacífica y decentemente  al pedestal de la grandeza.

Crisis de principios y valores

¿Quién no la percibe?  Repudiamos la corrupción por ser fuente primera de los males que afligen al país,  pero no se la combate en serio. Los anuncios para erradicarla se convierten en “ruido de fronda”. Las prácticas corruptas se multiplican; sus autores también y el espectro de la delincuencia ensombrece más y más el futuro de la Patria. Los criminales asedian, se incrementan los punibles. Si en Bogotá apuñalan una persona cada dos horas, no irrita,  es algo normal, pues no hay reacción adecuada para prevenir los atentados. De pronto, la expresión ramplona “no dar  papaya”. No hay respeto por la vida, la honra ni los bienes. La autoridad es impotente para garantizar efectivamente tan primordiales derechos. Los datos estadísticos son ondulantes, ambiguos. Esta situación demuestra el periplo decadente en que vivimos. Etiología: que se olvidaron los  principios y se trastocaron los valores. Delinquir para triunfar, “ser pillo paga” parece ser la regla. Enriquecerse ilícitamente, llenar las alforjas como sea, es la meta de los pragmáticos  monetaristas,  que, ahítos de ese dinero, se vuelven “poderosos caballeros”, quienes, con el broquel de la fortuna mal habida se apoderan de las instituciones, desafían a los operadores de la justicia y esta se mimetiza y  hace mutis por el foro. Se esfuma como éter el apotegma “El que la hace la paga”. Desconcertada ve la sociedad,  como,  delincuentes atroces, quedan en libertad  porque supuestamente  no son  peligrosos o  se les fugan a sus solícitos  custodios. Burlada queda así  la majestad de la justicia, sublime valor en el cual, a través de sus principios, el Derecho pretende fundar el orden social. Igual ocurre con  los malandrines saqueadores del erario atrincherados en   la impunidad. Entre fiscalías, juzgados, tribunales y cortes se diluye el poder sancionador del Estado. ¿Por ineptitud, miedo, o venalidad? Fiscales hay que hacen imputaciones y piden medidas cautelares; jueces que las decretan. Apelan los afectados y el proveído del a quo es revocado por el ad quem. ¿Violaron los primeros los postulados de objetividad e imparcialidad y las garantías procesales o incurrió en error el segundo? Tortuoso dilema que suscita razonable  suspicacia en la opinión general. Si el expediente es uno, en él  está radicado el acervo probatorio, el fiscal, los jueces de primera y segunda instancias hacen juicio valorativo objetivo de todos los elementos del dosier, deberían los servidores de la justicia llegar a un mismo estado mental de certeza, a similar conclusión –más allá de toda duda razonable-  que los aproximara a la verdad material. Y la verdad “es lo que es”. (San Agustín). Además, es una sola. No es bipolar. Entonces, ¿por qué tanta antinomia en los pronunciamientos judiciales?