Con melancolía, añoramos no solo la ciudad tranquila de antes, sino los ciudadanos de antes. Recordamos que las diferencias de cualquier índole eran temporales; si, temporales.
Difícil contestar la pregunta de cuándo perdimos el Norte?. Tenemos que reflexionar todos y cada uno en el tema, y, asumir particularmente en nuestro interior, las responsabilidades que nos competen, sin echarle las culpas a los demás, que es la salida y excusa facilista para todo.
Dejemos de engañarnos, pues a nada conduce taparnos los ojos con las manos ante una realidad, que todos sabemos, conocemos, sentimos y vemos. Santa Marta ha crecido desmesuradamente en su población, pero los servicios públicos, la salud, la educación, la movilidad, la seguridad, el respeto por el medio ambiente, etc, etc, todo lo que contribuye al bienestar general de índole material, no ha crecido en la misma proporción.
Aunado a los anterior, lo que sí ha aumentado desbordadamente es el desgreño, el dime que yo te diré, las habladurías, los insultos, la intolerancia, los corrinchos, los espectáculos y peleas públicas que dan pena ajena. Todo lo que constituye el bagaje de lo peor del ser humano, ya forma parte, tristemente de la idiosincrasia samaria. En que nos estamos convirtiendo?.
Los ataques constantes y sin razón en redes sociales entre ciudadanos, se volvió el pan de cada día; no falta sino que alguien exprese una opinión, y saltamos contra ésta por el simple hecho de no estar de acuerdo, cuando podríamos enriquecer el debate aportando nuestras ideas con puntos de vista diferentes. Discutir en redes sociales con conocidos o desconocidos no puede convertirse en nuestro mecanismo de escape emocional. El nivel de agresividad que se percibe es algo que amerita un análisis. Por qué respondemos así? Que pasó con el samario tranquilo y apacible, educado y culto, tolerante y fiestero de antaño? Por qué sacamos la bandera del Unión Magdalena y no la de Santa Marta?.
Tratar de recuperar nuestro Norte, es tratar de ir todos por el mismo lado, pensando solamente en el bienestar común, sin sacar pecho, sin que la envidia se apodere de nosotros, sin degradar, sin intimidar, sin promover perjuicios por cualquier motivo, porque si así lo hacemos, es que no estamos asumiendo el verdadero compromiso que tenemos como samarios, que es que nuestra ciudad salga adelante.
Si cada uno reflexiona en cuándo perdimos el Norte, nos daremos cuenta que nos falta mucho por aportar y mucho por construir para retomarlo.