La retórica del turismo en Santa Marta

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Escrito por:

Veruzka Aarón Torregrosa

Veruzka Aarón Torregrosa

Columna: Opinión

e-mail: veruzkaaaron.t@gmail.com

Twitter: @veruzkaaaron


La ciudad de Santa Marta viene desde hace al menos dos décadas buscando posicionarse como un destino turístico de talla internacional, visión que se ha constituido en una de las banderas que la clase política y sectores socioeconómicos han ondeado, para construir un discurso alrededor de las potencialidades de desarrollo y competitividad de la ciudad.
Este propósito resulta coherente, ya que Santa Marta cuenta con un territorio privilegiado para el desarrollo de la actividad turística y por ende desde el punto de vista comparativo, esto representa ventajas frente a otros destinos a nivel nacional e internacional.

A nivel internacional sin embargo, los desafíos son más complejos, dado que este mercado demanda no solo de ventajas comparativas, sino competitivas, las cuales son producto de esfuerzos sectoriales que implican la planificación del destino, la inversión en infraestructura de servicios básicos y especializados, así como el fortalecimiento de las buenas prácticas ambientales y culturales del mismo.

Lo anterior, para el caso de Santa Marta está lejos de ser una aproximación, ya que desafortunadamente la apuesta para convertirnos en ese destino competitivo a nivel internacional, ha sido un discurso retorico que no ha trascendido de la plaza pública ni de las piezas promocionales que se reproducen para ofertar atractivos, pero cuyas imágenes valga decirlo, cada día se distancian más de la realidad.

Al respecto, solo es necesario observar el estado en que se encuentran los camellones de la bahía de Santa Marta y El Rodadero, cuyos deterioros físicos y descontrol de actividades, producen vergüenza propia y ajena. Por el lado de los atractivos naturales, preocupa la normatividad impuesta en los Parques Naturales, ya que ésta en lugar de regular, ha restringido el aprovechamiento del territorio, estimulando así el conflicto socioeconómico y la informalidad en el mismo.

Así las cosas, el desarrollo de la actividad turística en la ciudad está propiciando efectos que obligan a cuestionarnos ¿En qué tipo de destino nos hemos convertido? Y la respuesta aunque duele reconocerla; es que somos un destino en donde el turista promedio no está dispuesto a consumir de manera regular los servicios y productos que la oferta legalmente constituida de la ciudad provee.

Un destino, al que arriban turistas que en su mayoría resultan indeseables por sus conductas lesivas para la sustentabilidad y sostenibilidad del territorio. Un destino, que durante cada temporada colapsa por la deficiencia de sus servicios públicos, y donde la informalidad se ha convertido en un “parasito”, que se hospeda en nuestro interior para consumir nuestros bienes y servicios urbanos, sin dejar nada a cambio, más que desorden y detrimento.

Esta crisis tiene que ver en gran parte, con el hecho de que a pesar de ser un territorio con vocación turística, hasta la fecha no hemos logrado materializar una política pública, y con ésta, una inversión estratégica que corresponda con dicha vocación y el propósito de generar un desarrollo integral del destino. De ahí que el turismo en Santa Marta, opere casi como una fuerza centrífuga; una fuerza aparente en medio de un sistema que no gira. Esta ciudad es turística más por el mérito de la naturaleza, que por el esfuerzo que como sociedad hemos hecho para ello. Es turística a pesar de los samarios.

Ahora que el caos nos explota en la cara, deberíamos comenzar por revisar como ciudad, la efectividad y pertinencia de las decisiones que se toman en torno al sector. Así mismo, al interior de éste, deben analizarse el desempeño y esfuerzos realizados, ya que si bien las autoridades públicas han fallado históricamente, lo cierto es que desde el ámbito privado, el sector ha palidecido frente a las necesidades de liderazgo, visión e innovación en la gestión y desarrollo de la actividad.

La falta de liderazgo, es un mal que desafortunadamente sufrimos en todos los sectores, pues como sociedad no hemos entendido que el costo de la incapacidad para empoderarnos política y socioeconómicamente de nuestros recursos, lo pagamos con la intromisión del gobierno, gremios, medios de comunicación y opinión pública del centro del país; quienes desde hace tiempo vienen imponiendo sus criterios sobre el desarrollo local a expensas de nuestros intereses.