En mi puerto…

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Escrito por:

Alvaro González Uribe

Alvaro González Uribe

Columna: El Taller de Aureliano

Web: http://eltallerdeaureliano.blogspot.com



Sentado en este pequeño muro otrora playa mis pies cuelgan encima del océano. Lo pienso como océano y lo nombro como tal cuando imagino todo el planeta donde englobados ambos viajamos por el universo, y lo pienso como mar y así le digo cuando lo respiro como morada, camino, botín y catacumbas de taínos, caribes, conquistadores, piratas, esclavos africanos y tantos más que aún merodean por aquí.

Pero bueno, ahora sólo espero que por el horizonte aparezca lejana la próxima pregunta navegante cada vez creciendo al acercarse a mi puerto.

los barcos son inmensas preguntas: ¿Qué traerá? ¿De dónde vendrá? ¿Cuánto tiempo sin tocar tierra? ¿De dónde será?

Tengo bajo mis pies y frente a mí al mar Océano, al mar de Colón o al Mediterráneo Americano como le llamaron antes.

Las palmas de mis manos apoyadas sobre el borde del muro a un metro sobre el nivel del mar, que dicen técnicamente.

A veces me salpican gotas de océano cuando una ola cimarrona se atreve a desordenar la serenidad de la bahía.

El barco se aproxima, poco a poco crece. Se acerca la gran pregunta. Inevitablemente me atracan esas preguntas que sé nunca tendrán respuestas, porque además tampoco me interesa averiguarlas.

¿De dónde ayer o antier? ¿Para dónde mañana o pasado mañana? ¿Quién y qué y cuánto adentro o encima? Mejor así como peguntas puras y limpias. Una pregunta sólo es tal si no la trunca una respuesta. Una pregunta muere cuando tiene respuesta. Por eso este barco que llega, al que ya saluda su diminuto remolcador y guía, no puede tener respuestas porque pierde su rico misterio si sé cosas de él.

"De La Habana viene un barco cargado de..." recuerdo el juego de letras y palabras que me enseñó mi madre tierra muy adentro hasta donde no llega mar en mi Medellín del alma, lo jugaba con ella y mis hermanos y hoy con mis hijos. Quizás este barco venga de La Habana cargado de…, qué se yo... No importa. Sólo me importa que viene de y está cargado de. Llega al puerto más discreto y profundo que encontraron los españoles, socavado en la costa por corrientes milenarias en esta bahía bonita y serena con la imponente Sierra misteriosa a su espalda.

Ver barcos que llegan o se van es uno de mis oficios. Llegan esas moles y es como si llegara un mundo ahí adentro para germinar mi imaginación y mis preguntas.

En las mañanas, a medios días y en los atardeceres me gusta verlos llegar a mi puerto. Casi silenciosos, sólo un ronroneo se escucha entre olas reventonas aisladas, entre ¡patrón tire una moneda!, entre ¡helados!, ¡cerveza!, y en las tardes entre la algarabía de cientos de pericos que se disputan las ramas de los almendros.

Todos tenemos un puerto a donde llegar y de donde partir, y en donde ver llegar y ver partir. En este sosegaban los tayronas; llegó el notario sevillano Bastidas sometió y fundó; arremetió el vicealmirante inglés Goodson e incendió; y desembarcó mi general Bolívar para morir vencido, dejar su corazón y zarpar de nuevo vacío y triunfante en patriótica paradoja.

Mi vocación es preguntar; es mi manera de vivir aunque sé que nunca tendré respuestas finales, porque las respuestas se convierten en preguntas y así hasta nunca terminar.

Y qué mejor teatro de preguntas que un puerto donde llega lo inédito, marinos de todo el mundo, todos los idiomas, todos los trebejos, todas las razas.

También salen..., y se me está ocurriendo que un día quizá sí intente responderme una pregunta: me quedaré mucho tiempo acá sentado para calcular si mi país se está saliendo o se está llenando de lo que estos buques traen a mi puerto o se llevan de mi puerto.



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