Democracia

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Joaquín Ceballos Angarita

Joaquín Ceballos Angarita

Columna: Opinión 

E-mail: j230540@outlook.com


“…Bendita seas, aunque así nos pagues”. Exclamación vibrante pronunciada en acto solemne  por el egregio Guillermo Valencia frente a la estatua marmórea erigida en honor del jurista, soldado y paladín insigne Rafael Uribe Uribe, caído en las gradas del Capitolio Nacional, hendida su erguida cabeza por las hachuelas homicidas que descargaron brutalmente sobre ella dos  inicuos y oscuros individuos que mancharon con sangre sus conciencias y cubrieron de ignominia sus nombres.

Por: Joaquín Ceballos Angarita
¡Qué ironía! El caudillo de inteligencia brillante y cultivada que defendió con ardor y verbo fulgurante en el Congreso de Colombia los sacrosantos principios democráticos; el paradigma de civilidad que valerosamente empuñó las armas en pro de  lo que consideraba la defensa de las libertades políticas y los derechos ciudadanos,  inmolado, villanamente, por ignaros integrantes de la masa popular. En esa vergonzosa y desconcertante paradoja tuvo su génesis la  adolorida imprecación  que sirve de inicio a esta columna.

 Según nociones propedéuticas, el augusto concepto llamado democracia remonta su origen a la polis de Atenas y la paternidad del sistema se le otorga a Clístenes, quinientos años antes de Cristo. Evitando incurrir en tautología recordaremos apenas que su etimología proviene de la lengua helena, plasmada en las voces demos, (pueblo) y kratos,  (poder o gobierno). Platón (Aristocles), en la República, Siglo V antes de C. la definió: “…el gobierno del pueblo o de la multitud”. Aristóteles la concibió como el “Gobierno de los más”.   

Universalmente se le da carácter de sistema político que  confiere a los ciudadanos el derecho de adoptar las decisiones sobre los asuntos de interés colectivo y las prerrogativas de elegir y ser elegidos para el desempeño de funciones públicas.

En ejercicio de ese poder el pueblo podrá escoger el sistema de gobierno que desea. Tiene reglas de cuyo cumplimiento depende su vigencia o su extinción, su éxito o fracaso. Entre ellas hay una que es áurea: el respeto riguroso por la voluntad mayoritaria, garantizando la libre expresión de la minoría. Bajo el postulado inequívoco de que las determinaciones de aquella prevalecen sobre esta. Otra,  de no inferior estirpe: la subordinación de gobernantes y súbditos al imperio de la ley. Dura lex sed lex. En el curso de la historia la democracia ha tenido partidarios resueltos y opositores, declarados unos, embozados otros.  Aristóteles la aceptaba con reticencia, por considerarla “…completamente defectuosa”.

Nicolás de Maquiavelo defendió el gobierno del pueblo; no aludió a la democracia pues creía que esta había sido bastardeada por los plutócratas. Sostuvo que “…la multitud es más sabia y constante que un príncipe”.

Abraham Lincoln  acuñó la frase lapidaria: “Es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Siendo presidente de los Estados  Unidos y corifeo de la abolición de la esclavitud, balas asesinas segaron su vida. Wiston  Churchil la calificó como “La peor de las formas de gobierno, después de todas las demás”. Se predica que la democracia es peligrosa e imperfecta porque nace del poder del pueblo que aflora de  ciudadanos con defectos. Aserto innegable. Pero también se argumenta que de los errores emanados de las decisiones populares se derivan males menores de los que causan la rapiña y la arbitrariedad del gobernante que se mofa de la ley.  Democracia, libertad y dignidad  es trilogía axiológica. Atalaya moral del humano linaje.
La democracia corre peligro. La asechan enemigos poderosos: la corrupción  y la demagogia entre los más visibles. “Caballos de Troya” con jinetes camuflados invaden su seno para destruirla. Requiere blindaje.

El pueblo, titular de la soberanía, debe ser su más celoso guardián, para que el despotismo no se la arrebate. Tiene que llenarse de virtudes cívicas y desplegarlas todas con racional sindéresis. No caer en credulidad ingenua que lo convierta en dócil idiota útil. Tomar conciencia de que, en los comicios que se aproximan, están en juego el futuro de Colombia y el destino de la democracia, ligados, indisolublemente, a  la suerte de las regiones de la Patria. 

No deslumbrarse con “ídolos de barro”, que confunden el deber ser con oportunidad de coger. Elegir hombres o mujeres honorables, justos, arquitectos de progreso y apóstoles de orden, equidad y paz;  respetuosos de Dios, convencidos de que robar es pecado, y, además, delito.