Julio Flórez: Poeta popular

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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Hay un poema popular, de contenido triste, verdadero texto necrológico que llama la atención por lo patético.


Fondo y forma se complementan de tal manera que el oyente se deja llevar hasta el final. Comienza así: “Una noche de misterio, / estando el mundo dormido, / buscando un amor perdido, / pasé por el cementerio…”. Contrario a la creencia general, este poema no es de Julio Flórez sino de Gabriel Escorcia Gravini, bardo nacido en Soledad, departamento del Atlántico, quien lo tituló “La gran miseria humana“. Son versos octosílabos, con rima consonante. ¿Por qué, de primer momento, se piensa en Julio Flórez cuando se escuchan estos versos? Sencillamente porque se ha dicho que “el estilo es el hombre” ―expresión acuñada por el conde Georges-Louis Leclerc tras su elección como uno de los “cuarenta inmortales” de la Academia Francesa―. Así, pues, el parecido de los versos de Escorcia Gravini con los de Julio Flórez en varias de sus poesías, especialmente con los plasmados en el poema “En el cementerio”, permite que hagamos dicha comparación.

     Sirva esta introducción para hablar de Julio Flórez, quien nació en Chiquinquirá el 22 de mayo de 1867. En 1881, a los catorce años, ingresó a estudiar literatura en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, en Bogotá. Fue amigo de dos poetas de su época, ambos muertos trágicamente: Candelario Obeso y José Asunción Silva. Obeso era repudiado por la aristocracia bogotana por ser de raza negra y por no acatar las normas impuestas por la Iglesia y por la sociedad capitalina. Cuando este poeta se suicidó, en 1884, Julio Flórez, con apenas diecisiete años, exaltó sus méritos en sentidos versos. En 1896, ante el féretro de Silva, Flórez volvió a manifestarse: declamó una elegía considerada por el obispo como una blasfemia.

     Tenía Julio Flórez por costumbre publicar versos sin haberlos pulido si consideraba que expresaban sentimientos que hacían vibrar al lector. Por eso, tal vez, se le consideraba poco culto y de manejo simplista, de una versificación en la cual predomina el erotismo y la sensualidad. Sin embargo, la poética colombiana debe a Flórez la iniciativa de crear ‘La Gruta Simbólica’, tertulia que funcionó en plena Guerra de los Mil días (1900-1903) y en la cual nació su poema “Flecha Roja”, dedicada al caudillo liberal Rafael Uribe Uribe. Pero esa poesía comprometida le valió persecuciones y, finalmente, en 1905 el presidente Rafael Reyes terminó “aconsejándole” irse del país porque se lo consideraba sacrílego, blasfemo y apóstata. Marchó, pues, el poeta al exilio, sin dejar de publicar sus poemas. En Caracas: “Cardos y lirios” y “La Araña”; en El Salvador: “Manojo de Zarzas” y “Cesta de lotos”. México también lo acogió y fueron esos años fuera de su país los que le dieron el éxito y la fama internacional. Publicó entonces “Fronda lírica” en Madrid (1908) y “Gotas de ajenjo” en Barcelona (1909). Ese año regresó a Colombia. Pasó a Barranquilla y, en busca de salud, se estableció en Usiacurí, municipio del Atlántico, donde falleció catorce años después.

     Julio Flórez publicó en 1917 “De pie los muertos”, versos sobre la Primera Guerra Mundial. Pero su vasta producción literaria incluye poemas como “Flores Negras”, “Abstracción”, “Aún”, “Candor”, “Cuando lejos, muy lejos”, “En el salón”, “Humana”, “Huyeron las golondrinas”, “Idilio eterno”, “La gran tristeza”, “Madrigal”, “Resurrección”, “Todo nos llega tarde”, “Tú no sabes amar”, “Tus ojos”, “Y no temblé al mirarla”, “¿En qué piensas?” y “Visión”. Llama la atención la relación antagónica que Julio Flórez sostuvo siempre con la iglesia católica; solo en 1923, cuando el poeta se reconcilió con ella, fue coronado poeta nacional. Le quedaban quince días de vida. Julio Flórez se convirtió en el más popular vate de su época. Noventa y seis años después de su muerte sus poemas aún despiertan el sentimiento romántico de muchos colombianos.