El cáncer por derrotar

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Escrito por:

Juan David Escobar Cubides

Juan David Escobar Cubides

Columna: Opinión

e-mail: juanda30juanda30@hotmail.com


Las drogas son un cáncer que debemos derrotar. No puede haber vacilaciones ni indulgencias frente a un flagelo que, de manera espuria despedaza los cimientos más sagrados de la condición humana. 

Para nuestro infortunio, observamos que la droga destruye hogares, familias, sueños, metas, proyectos, ilusiones y todo aquello que sea positivo para la vida comunitaria.

La drogadicción es aquel demonio que corroe el bienestar y la integridad de las personas, pues son pocos quienes salen bien librados cuando caen en el consumo de drogas. Y ningún ser humano puede desempeñarse y relacionarse debidamente en la sociedad padeciendo deficiencias mentales.

Efectivamente, ello es lo que ocasionan las drogas: enfermedades mentales desastrosas, dado que las neuronas y el sistema nervioso disminuyen con su idóneo funcionamiento, la capacidad de circulación se estanca y la energía vital del ser humano se desvanece con alterados comportamientos de ira, depresión, pereza y desidia. ¡Una realidad preocupante!

Por tal razón, tenemos que apoyar con vehemencia la política antidroga planteada por cualquier gobierno, toda vez que es menester comprender tres aspectos vertebrales.

  1. El asunto es de salud pública, por ende, nos compete a todos en general como integrantes del conglomerado social. La situación no es de unos ni de otros, porque nos afecta a todos en su totalidad.
  2. Dicho flagelo compromete el buen trasegar de la economía colombiana, pues bien sabemos que el microtráfico y el narcotráfico son enemigos potenciales de las sanas finanzas, generando de dicha manera desempleo, corrupción, violencia y alteración en la comunidad.
  3. Siendo lo más deplorable, encontramos como día a día nuestros niños, jóvenes y adultos recaen en vicios negativos que los motivan a delinquir y a destruir las familias colombianas. Y así aumenta la delincuencia organizada.

Motivos de sobra para decomisar la dosis mínima que porte cualquier ciudadano, pues de esta manera contribuimos con la lucha y evitamos la degeneración de las generaciones venideras. Por supuesto, teniendo en cuenta, también, que es deber del Estado garantizarles a los consumidores en su calidad de enfermos mentales, rehabilitación y resocialización ya que muchos queriendo curarse no cuentan con las posibilidades socioeconómicas para someterse a un tratamiento.