El lector empático

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Finalizó el lunes la Feria Internacional del Libro de Bogotá de 2019.

Quise no ir, por eso del gentío y la caminata, y la prevención sobre ver más o menos más de lo mismo año tras año. De todas maneras, terminé yendo. Hice las filas, marché con el pie plano doliendo, compré el libro de rigor (una biografía de Alfonso López Michelsen que promete calidad), me tomé algo, hice lo de siempre, y en un par de horas estuve afuera. Mientras andaba a paso mínimo por entre las hordas lectoras pensé en el que podría ser el verdadero móvil de tanta gente sedienta de adquirir libros en la capital de un país que casi no lee. ¿Un grupo de apoyo?, me pregunté. Recordé lo difícil que es a veces leer, con el cansancio cotidiano, la falta de sueño, el tiempo agotado, las preocupaciones, el tedio, el temor al silencio que no pocos padecen, la ansiedad de estar solo.

En la Feria, que es como un playón sin mar ni río (pero sí con el sol de páramo ardiente de mayo), los grupos humanos que van dejan de ver en la lectura el rito funerario que frecuentemente les parece; y, de la nada, la convierten en un acto festivo, algo más acorde con la naturaleza emotiva de esta tierra. Entonces todo el mundo se hace con libros, porque algunos salen más baratos que una entrada a cine, y los escritores que hay por aquí o por allá se perciben al alcance de la mano. Leer ya no es nada sombrío, difícil o incomprensible por poco práctico; ello es, ahora, con la ayuda de otros que dicen hacerlo, y no son aburridos, un genuino gesto cultural, que define a las personas y las hace más interesantes. No obstante, soy consciente de que la “teoría del grupo de apoyo” podría ofender a algunas mentes sensibles, así que la esconderé en esta columna.

La semblanza del expresidente López Michelsen tendrá que esperar en la mesita de noche. Por lo pronto, leo y pienso en una de las grandes novelas negras que se han escrito últimamente, y que, como de costumbre, si no me obsequian, no estaría estudiando. El Psicoanalista, de John Katzenbach, y de 2002, me tiene gustosamente preso de su prosa. Es un universo elaborado, indudablemente. No se trata de una obra de profundidad alegórica, sino de una “película de suspenso en el papel”, al más fiel estilo pragmático gringo. Ahora bien, digresiones tiene, y, varios niveles, también; así que no seré injusto con la fuente de mi diversión: es un texto completo. Decía lo precedente solo para que nadie lo vaya a confundir con La montaña mágica o Ulises, moles de las cuales se han escrito manuales para poder entenderlas, por ejemplo.

Katzenbach, que se educó en el tema como periodista de judiciales, es un hombre de recursos. Sabe cómo llegar a la nuez de la negrura. Fino narrador, conoce la importancia de detallar bien los espacios de la acción y las dimensiones de lo inactivo pero presente. Conocedor de la historia que quiere contar, controla los tiempos, las palabras de sus personajes y el ritmo de los pulmones del lector. Pero, creo que lo más importante de su polvorín de atractivos viene a ser el logro de aquella sensación hogareña de feria: quien lee intuye que le están contando algo muy fácil de aceptar –el “libro de verano” del que se habla-, y, si la trama se complica, es porque vale la pena prestarle atención y no quejarse. Esto es posible, diríase, a partir del truco de la empatía, que no es otra cosa que bien fingida sinceridad: alguien sincero podría no ser sino un buen mentiroso.



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