Enfermos al mando

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



La propaganda oficial los muestra siempre sonrientes, saludables, activos y resistentes; proyectan la imagen de que no hay nadie mejor que ellos para llevar las riendas de una nación.

Sin embargo, en la vida real, viven las desgracias de sus males: son los enfermos que han tenido o tienen en sus manos los cetros de sus países. La alocución del Presidente Chávez en la cual anunció su enfermedad, un cáncer de origen abdominal, demostró que en el manejo de la información referente a la condición de salud del gobernante casi siempre se oculta la verdad.

Preocupa entonces el posible vacío de poder que puede dejar un presidente que monopolizó el mando del país vecino; no se vislumbra quien pueda sucederlo en el corto plazo.

Aún más, una ausencia definitiva de Chávez puede generar un caos interno de difícil solución con serias repercusiones en Colombia. Y es que un mandatario seriamente enfermo puede afectarla vida de una nación: salud y gobernabilidad van de la mano.

Hace algunos años, el periodista Pierre Accore y el profesor suizo Pierre Rentchnick publicaron un libro interesante: "Los enfermos que nos gobernaron". Basados en informes médicos y análisis clínicos, describen las patologías de muchos mandatarios desde la II Guerra Mundial y su eventual influencia en las decisiones de estado. Hitler padecía de mesianismo, hipotiroidismo, hipertensión arterial, bulimia y Parkinson: ¿qué pudo haber pasado por su mente en momentos decisivos? Mussolini, se dice, sufrió de neurosífilis y de úlcera péptica.

Churchill, era un glotón desmesurado, adicto al tabaco y gran bebedor, causantes todos de su síndrome metabólico y agravantes de sus patologías neurológicas. Roosevelt, casi moribundo, y Churchill, muy disminuido, dejaron en Yalta medio mundo en manos del colérico Stalin, quien sufría de graves deficiencias cardíacas por su hipertensión. Truman debió renegociar ese Tratado en la Conferencia de Postdam.

De la postguierra, Eisenhower, fumador en exceso, muere por un infarto; Kennedy, enfermo de Addison, usaba anfetaminas para manejar sus crisis de depresión y su consecuente hipocondría. El dictador Franco padeció arterioesclerosis, insuficiencia cardíaca y mal de Parkinson; Mao Tse Tung gobernó en medio de su arteriosclerosis, infartos cardíacos y demencia senil. Ronald Reagan, con innegable mal de Alzheimer, pudo quizás adoptar decisiones fantasiosas en las que se mezclaban sus tiempos de actor con ese patología.

Latinoamérica también ha padecido a esos enfermos. Perón era cardíaco casi impedido; Ydígoras Fuentes y Bucaram fueron separados de sus cargos por "locos"; el brasileño Janio Quadros era hiperquinético e inestable emocional. Rafael Caldera era otro parkinsoniano. En Colombia, Virgilio Barco "gobernó" en medio de un galopante Alzheimer. Poco antes de su posesión, el actual vicepresidente Angelino Garzón sufrió un infarto cardíaco que obligó a una intervención quirúrgica urgente, mal posiblemente originado en su glotonería.

Sigmund Freud advertía del peligro que representan los mandatarios "tocados" después de observar la cantidad de "locos, visionarios y alucinados" que influyeron en la historia. Simón Bolívar padeció delirios, excentricidad y, afirman algunos, locura: en carta dirigida a Santander en 1824, reconoce que: "Además me suelen dar de cuando en cuando unos ataques de demencia, aun cuando estoy bueno, que pierdo enteramente la razón".

La primera muestra de responsabilidad de un mandatario con sus gobernados es disponer de total integridad física, cabalidad mental e integridad espiritual y moral, nada fácil por cierto. Si está seriamente afectado debería apartarse y dejar el poder a gente preparada que pueda continuar su obra de gobierno. Pero muchos prefieren pagar el precio de dirigir en medio de las limitantes propias de la enfermedad y su tratamiento, visualizando esto como un sacrificio que merecen quienes los llevaron a las cumbres de la soberanía. Generalmente, se creen indispensables y caen en un problema más grave aún: la enfermedad del poder, caracterizada por la desmesura, la soberbia, el mesianismo.

De éstos locos con Síndrome de Hybris están llenas las sillas de mando.

Es menester, pues, apartarse de líderes mesiánicos, hegemónicos e indispensables, orientándose a verdaderas democracias participativas. Olvidémonos del Photoshop y de las campañas publicitarias que nos venden seres imaginarios.

Todos los mandatarios son organismos biológicos y es normal que se enfermen; muy pocos tienen la valentía de reconocer públicamente sus limitaciones como lo hizo Antanas Mockus en la pasada campaña a la presidencia, cuando anunció públicamente que padece de la enfermedad de Parkinson. Bienvenidos estos seres humanos y sus debilidades manifiestas.