El “no lugar” de Notre Dame

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Escrito por:

Jesús Dulce Hernández

Jesús Dulce Hernández

Columna: Anaquel

e-mail: ja.dulce@gmail.com



Es curioso ver que cada vez que un hecho como el del incendio de Notre Dame es noticia, muchos nos amontonamos en las puertas de las redes sociales a sentar posiciones o recuerdos que demuestren nuestra cercanía con el sujeto noticioso.
Parece algo muy colombiano, pero créanme, es de talla mundial. Muere un ícono de la música, la moda o el arte y miles de personas no tardan en subir fotos con el nuevo difunto, en sus conciertos, con su ropa, etc. Empieza todo como una fachada que muestra admiración, cariño o dolor, cuando en realidad la mayoría de las veces hay una obsesiva necesidad de mostrar, de hacerse sentir, de revelarse como alguien cercano a personajes o lugares importantes, de “pertenecer” a algo que nos hace exclusivos.

Por otro lado están los críticos, los que se van lanza en ristre contra quienes hacen pose de haber estado allí y haber conocido de primera mano la catedral más visitada por turistas en el mundo. Se mandan con críticas que van desde cuestionamientos como el de por qué no lamentarse también por los miles de niños colombianos que no tienen qué comer, o por los muertos de la reciente tragedia en Rosas (Cauca) quienes perdieron sus viviendas y sus vidas mientras dormían y eran cubiertos por toneladas de tierra. Y bueno, en algo tienen razón.

Esa es la realidad de la sociedad en la que vivimos, enceguecida por la cultura de los likes y de hacerse notar, por aquello de que el que no muestra no vende; por eso que menciona William Ospina en uno de sus libros, que los colombianos preferimos salir del país y volver sólo para tener el privilegio de poder decir que conocemos lo que la mayoría no ha podido ver.

Sin embargo, el tema de Notre Dame no es menor y habla muy bien de muchos el estar preocupados por este ícono de la historia mundial, aunque poco se sepa de él más que lo que dijeron los medios a raíz del incendio. Porque seamos sinceros, la gran parte de quienes han estado en Notre Dame se enteraron hasta esta semana que Napoleón se había coronado ahí. Es válido que estemos preocupados y les voy a decir porqué.

E.H Gombrich nos habla en su libro La historia del arte sobre el nacimiento de lo gótico. La construcción de Notre Dame entre el siglo XII y XIII se dio en una Europa muy distinta a la de hoy. Francia era quizás el país más poderoso y París empezaba a ser el epicentro intelectual de Occidente. La herencia arquitectónica que prevalecía entonces era el estilo normando, mejor conocido como románico, que planteaba una estructura de templos religiosos enormes, gigantes, que hicieran alusión a la iglesia militante del cielo en la tierra.

En Francia, ese estilo románico se empezó a ornamentar y luego a evolucionar en técnicas de construcción, con lo que nace lo gótico como una superación de lo normando, llegando incluso a pasar de “trabajar” la piedra a querer darle movimiento, a “vivificarla”. Notre Dame es la mejor muestra de ese tránsito entre un estilo y otro. Es la evidencia de que la iglesia era un lugar de peregrinación y de congregación que constituía la identidad de las comunidades cristianas de la época y su contemplación era la prueba de fe de la existencia de un reino más allá de este mundo. Para el escultor normando y aun para el gótico, la realización de las estatuas que adornaban las iglesias obedecía a una especie de mandato moral y teológico.

El problema es que esa gran Catedral hace mucho dejó de ser un templo, un lugar de devoción y de peregrinación. Por eso, la noticia que llama la atención de esta tragedia histórica es que las grandes iglesias, hace mucho que fueron profanadas; dejaron de ser un templo para convertirse en un museo; las peregrinaciones ya no son peregrinar, son turismo, un “no lugar” como lo llamaría Byung-Chul Han o Marc Augé, un sitio sobre el que pasamos sin demorarnos.

Notre Dame es hoy tristemente un simple paso expositivo y es precisamente esa “museización” la que le ha quitado su esencia de culto y la convierte en un objeto que se puede “adquirir” desde la experiencia. La gran tragedia de Notre Dame no es su incendio sino la agonía por no encontrar su verdadero lugar en el mundo.


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