La lectura como política pública cultural

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Escrito por:

Juan David Escobar Cubides

Juan David Escobar Cubides

Columna: Opinión

e-mail: juanda30juanda30@hotmail.com


“Seamos razonables y añadamos un octavo día a la semana dedicado exclusivamente a leer”. Lena Dunham. Sabia y razonable frase de la guionista, directora y actriz estadounidense.

La lectura es el espacio sagrado dentro del universo para aprender a pensar, para formar a mejores personas, pero, principalmente, para desarrollar una sociedad culta. Entonces: ¿Cómo no incentivar el amor por la lectura? Si aquella es la que nos garantiza bienestar, formación, conocimiento, armonía, convivencia pacífica e inclusión social dentro del planeta. Y así lo consideramos porque, generalmente, quienes leen constantemente se caracterizan por ser buenas personas, dado que, siempre gozan de una cosmovisión diferente sobre las cosas, la cual puede aportar significativamente para el aprendizaje de los demás.

Un lector asiduo siempre está llamado a interpretar los fenómenos de la realidad, porque su ejercicio de lectura, indefectiblemente, lo motiva a cumplir dicha función. Y es acá donde encontramos un aspecto positivo, el cual es, estar determinado a analizar; analizar lo que nos inquieta, lo que nos incomoda, lo que nos atrae, o lo que nos produce estupefacción. Observamos, entonces, que el ejercicio de analizar nos obliga a pensar, y el ejercicio de pensar nos motiva a transformar todo aquello que consideremos inidóneo para nuestra sociedad. De allí comprendemos la función sagrada de la lectura: ¡Nos permite transformar realidades!

Es por lo antecedente que, dentro de los asuntos públicos debiera ser una prioridad incentivar el ejercicio de la lectura, hasta el punto de establecer dicha actividad como una política pública cultural, para el desarrollo humano integral de la sociedad. Lo que hasta ahora no se ha hecho. Más aun cuando en abril del 2018 conocimos, según la encuesta nacional de lectura, que el número de libros leídos al año por los colombianos que sí leían, era de 5.1, mientras que el de la población total era de 2.7 libros al año y el de las cabeceras era de 2.9. Lo cual nos ha arrojado un panorama aparentemente alentador, pero que está llamado a mejorar muchísimo más.

Nuestra propuesta para ello es, establecer la descentralización de las grandes bibliotecas, en la medida en que aquellas no se queden únicamente en las ciudades capitales, sino que, se extiendan también para las zonas rurales que han sido víctimas de la violencia, de la marginalidad y del abandono institucional. Tenemos certeza de que a muchos de nuestros jóvenes campesinos les gusta la lectura, pero no cuentan con el espacio propicio para ello. Es por esta razón, que debemos motivarlos brindando total apertura con escenarios óptimos para el desarrollo cultural.
¡Que nos falte de todo, menos la comida, un techo y un buen libro para leer!


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