Fanatismo

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



La horrible masacre en Nueva Zelanda, que dejaba 49 muertos al momento de escribir esta columna, es un recordatorio de que el extremismo, venga de donde venga, es una amenaza para todos.
Al unísono todos debemos condenarlo y nunca justificarlo. Debemos permanecer alerta porque cuando se pierde la vía del diálogo entre dos partes en contienda, el siguiente paso generalmente es la radicalización y la violencia; se abandona la razón para favorecer la fuerza, se abandona la conciliación para favorecer la eliminación. La fuerza siempre será más expedita que el diálogo.
El fanatismo es una enfermedad como ninguna otra porque es una enfermedad de la cabeza, de las emociones y del alma.

El fanático no concibe una manera civilizada, como por ejemplo, el diálogo, para resolver diferencias. Está convencido de que posee la verdad absoluta e indiscutible y que la imbecilidad de los otros para reconocerla, y reconocerlo, amerita la eliminación.

Hay fanáticos en casi que todas las áreas del saber y actuar humano pero sin duda una de las peores formas, una de las más letales a través de la historia es el religioso: Aquel que no cree en mí Dios o no cree de la manera que yo creo, merece ser destruido. El fanático es incapaz de ver las contradicciones en sus posiciones. No es posible ser cristiano, y creer que el Dios Amor aprueba que asesinemos personas inocentes solo porque son musulmanes o judíos. Y en esta danza macabra de muerte y desolación en la cual nos matamos para probar que mi versión de Dios o mi Dios es superior a las otras, llevamos siglos.

Pienso que los avances de la ciencia y de la civilización han sido en vano porque nadie ha encontrado o descubierto todavía la forma para que los humanos seamos tolerantes y no nos sintamos amenazados por los que piensan diferente.

Ojalá esta nueva tragedia, y nuestra propia historia como país, nos inviten a todos a reflexionar sobre las preocupantes circunstancias que hoy rodean nuestro discurrir republicano. El sectarismo ideológico y el odio son hoy parte del discurso diario en donde a pocos pareciera importarles crear un país incluyente donde se valoren las diferencias y quepamos todos. Queremos violentamente crear un país homogéneo a nuestra propia imagen y semejanza y por esto nos la pasamos violentando e irrespetando al prójimo.

Aquí nadie puede tirar la primera piedra porque tanto la derecha como la izquierda son culpables de crear un ambiente de conflicto donde solo caben los insultos y la estigmatización ligera del contradictor.

En este estado de cosas, es difícil, por no decir imposible, pensar con claridad y buscar desapasionadamente el bien común. Cada cual quiere imponer su verdad, y en esta gesta inútil seguimos divididos; por este camino del conflicto y de la división hay poco que pueda hacerse para salir adelante como sociedad.

Es en el interés de todos, creo, fortalecer las herramientas democráticas e institucionales para que sirvan de facilitadoras idóneas y mecanismos dirimentes con mucha credibilidad. El permanente ataque al estado de derecho y a sus instituciones para deslegitimarlos, es un camino peligroso que nos empuja al abismo de la violencia, o en nuestro caso, nos mantiene sumergidos en ella.

Como si fuera poco, en medio de los temas de grueso calibre que hoy nos dividen, se aproxima un debate electoral local, el cual esperamos no se convierta en campo de batalla vitriólico entre facciones contrarias. Sé que es mucho pedir, pero lo último que debe perderse es la esperanza.
Hoy yo también soy musulmán.