Comiendo durante los viajes

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



¿Se ha preguntado usted qué comieron Colón y sus navegantes en su primer viaje a las Américas? Las tres naves cargaron agua para seis meses y víveres para quince. Tras dos meses y medio de viaje llegan a la isla de Guanahani. Los últimos días fueron difíciles: no llegaban a su destino, las condiciones para los tripulantes eran duras y buena parte de la comida se pudrió, pero llegaron sin mayores contratiempos.

El médico gaditano Lucas Picazo Soto, especialista en nutrición, cuenta que la ración al día por persona consistía en bizcocho (pan seco), carne, pescado o queso, arroz en menestra con legumbres secas, una botella de vino y 1 litro de agua. Esta se pudría rápidamente. En las noches, la mazamorra preparada con granos y aliños era el principal alimento; a esas horas, según Fernando Colón, hijo del almirante, no eran perceptibles los gusanos que aparecían. Las técnicas de conservación eran primitivas y precarias. Las frutas y verduras solo se comían al inicio del viaje. De regreso a Europa, los españoles llevaron casabe en sustitución del bizcocho, tasajo de manatí y pescado seco.

Hoy la comida a bordo de aviones y trenes puede ser básica o lujosa. George Pullman inventó los trenes con coches litera inspirándose en los barcos que surcaban el Lago Erie. Posteriormente, desarrolló el Vagón Pullman, o coche Palacio, promocionado como un “lujo para la clase media”. El primer hotel sobre ruedas, el “President” fue lanzado en 1867, y eran dos coches: uno de camas y otro de cocina-comedor; la comida competía con los más lujosos restaurantes. Un año después, el “Delmonico” fue el primer coche dedicado a la alta cocina; la comida era preparada por los chefs del famoso restaurante neoyorquino.

Para 1883, en Francia adoptaron las ideas de Pullman y aplicaron la alta gastronomía francesa al que se denominó Expreso Oriente. Glamour y aristocracia le dieron vida. El tren partía de París hacia Giurgiu, (Rumania), pasando por Estrasburgo, Múnich, Viena, Budapest y Bucarest. Adquiere su fama universal con el trayecto París-Estambul gracias a la novela “Asesinato en el Expreso Oriente, de Agatha Christie. En el coche-bar se sirve un exclusivo coctel, “Los once culpables”, inspirado en esa obra en la cual el detective Hércules Poirot resuelve un crimen a bordo del tren. Actualmente, de París a Cannes, los pasajeros disfrutan de un exquisito menú de cinco tiempos, servido en un lujoso vagón Art-Decó.

En España está el Transcantábrico, coches antiguos ajustados al confort actual y a la exquisita gastronomía ibérica del norte, en la que sobresalen quesos, embutidos, carnes, verduras, pescados y mariscos. Perú ofrece una red de lujosos trenes. En el Belmond Hiram Bingham, homenaje a quien mostró Machu Picchu al mundo, la exquisita cocina nativa peruana con preparación gourmet deleita a los pasajeros. Hace poco fue elegido el mejor tren del mundo. La otra cara de la moneda lo representa el tren denominado “La bestia”, que atraviesa México con polizones centroamericanos rumbo a Estados Unidos. Al paso del tren por Veracruz, las patronas, mujeres de buena voluntad, desde hace más de veinte años les arrojan comida casera básica en bolsas. De su trabajo y donaciones obtienen los alimentos.

En los aviones, la comida es masiva dado el gran número de pasajeros y la enorme frecuencia de los vuelos. Se prepara fuera del avión. Treinta millones de bandejas se preparan anualmente para el aeropuerto de Dubai. United Airlines fue la primera empresa en servir comida a bordo, en 1936. La calidad no es muy apreciada por los pasajeros. Además, el gusto cambia en las alturas; este sentido no se sube a los aviones. La percepción de sabores dulces y salados se reduce a medida que ascendemos, no así los agrios, amargos y picantes. No siempre la comida es la más fresca, y no todas las aerolíneas se esfuerzan en disponer sabrosas preparaciones. Sin embargo, en primera clase las cosas van mejor.

Los grandes cruceros pueden consumir unas 500 toneladas/semana de alimentos bastante mejor preparados, en presentación más elegante y extraordinaria variedad, presentados en bufete o en restaurantes temáticos, cientos de personas alistan y sirven a los pasajeros. Los alimentos tienden a ser frescos, pues están debidamente preservados. Algo ha cambiado desde el primer viaje de Cristóbal Colón.