La dignidad de nuestro pueblo, no merece el ultraje

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Escrito por:

Jesús Iguarán Iguarán

Jesús Iguarán Iguarán

Columna: Opinión

e-mail: jaiisijuana@hotmail.com


Los presidentes de nuestra hermandad bolivariana, como verdaderos deudos, debemos conservar con muestro hermanos una estrecha amistad que demuestre una notable devoción donde no conozcamos las contiendas.

Me refiero en los siguientes renglones a un hecho que todos conocemos y que puede resumirse así: Uno presidente que hace parte de nuestra hermandad bolivariana propinó una ofensa gravísima contra la dignidad de nuestro Estado colombiano, que puede resumirse así:” la ayuda que podemos recibir de Colombia, es de treinta toneladas de cocaína”.

El hombre público no tiene derecho a  equivocarse, aforismo severo que exalta la delicadeza en el ejercicio de una misión elevadísima. Quien represente de un pueblo se halla en el caso de medir sus palabras, aquilatarlas y pesarlas. No es posible verterlas en una medida caprichosa. Hay momentos en que ellas tienen la intensidad de un alcaloide, y las palabras pronunciadas por este representante de un pueblo culto, es totalmente venenosa. La palabra “cocaína” encierra un vocablo que semeja a narcotraficantes, quienes se han hecho célebres por su barbarie y desvergüenza, caracteriza hoy infortunados que de salvajismo y crueldad han descendido hasta el fondo de la degradación social.

Este vocablo encierra todos los matices de la desvergüenza humana y es el ultraje injustificado aplicado a un pueblo que supera los 45.000.000 de habitantes.

Decidí empeñarme en estas letras porque: ¿Qué idea se formarán de este país los que desde afuera observen cómo pasa sin protesta semejante ignominia, si se equipara a nuestra nación con los conductores afortunados de una pueblo de cocaineros?

En el lodazal de palabras en que nos debatimos se ha perdido ya por exceso de defecto, el significado autentico de las palabras. Es menester restaurarlas y devolverles su significación genuina porque la intemperancia en el hablar le roba su valor al vocablo, del propio modo que las emisiones del papel le quitán su valor al dinero.

Una bandera es sólo un pedazo de tela suspendida de una asta, sin embargo en ese símbolo ha fijado la humanidad su más hondo sentido. La bandera es la patria. Ella pregona su grandeza y su decadencia, sus desfallecimientos y sus esperanzas. Morir por ella es conquistar la gloria, y hacerle traición degradarse. Por significar tanto y valer tanto como emblema de la patria, se le concede el honor al primer magistrado de llevarla sobre su pecho como un escudo protector que lo ponga al cubierto de todos los dardos de la ira, de la incomprensión y de la envidia. Y cuando la misma justicia, en hora de la desgracia, llega hasta el corazón de la víctima, lo hace  cuando ya la ley despojó al infortunado del tricolor de la república. Los primeros magistrados constituyen la fisonomía de la nación; no es posible deformarlos sin que se resienta la corrección de la patria figura.

Estos reparos no son hijos de la hiperestesia política, ni significa la reacción de un partido político; es simplemente el patriotismo herido el que se querella de tales desmanes. 

Usted señor presidente, aún no llega a saber el mínimo valor de lo que a diario cubre su pecho. He escuchado con frecuencia que “la ignorancia es atrevida” y usted no escapa de ella. Le aconsejo que antes se dejar atrás la ignorancia, se practique un exorcismo, para que le extraiga el demonio que tiene encarcelado y comience a conocer la decencia y el respeto a las naciones.