Día del Padre: historias dentro de un relato

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



La súbita irrupción del gentío le interrumpió la lectura del periódico dominical al patriarca: el mismo trío de todos los años entró cantando "Yo también tuve veinte años", seguido de toda la familia: la matrona, sus hijos y sus respectivas familias.

La más entusiasta era la hija mayor, una mujer casi beata entrada en años casada con un militar cachaco que a "sottovoce" odiaba a su cuñado, el "cuchi Kem", esposo de la "cuchi Barbie", la segunda hija.

No les perdonaba sus "costumbres libertinas" y, menos aún, que escucharan vallenato y reggetón; sólo permitía en casa oír música clásica y andina; el tercer hijo, un economista de éxito que trabajaba para una empresa multinacional con sueldo jugoso y relaciones de alto nivel, y su esposa, la esteticista dueña del "beauty center" donde se conocieron, entraron con cara de aburrición pues no compartían esas "costumbres pueblerinas" de la familia; ellos hubieran preferido celebrar el Día del Padre en el costoso restaurante de moda, pues además de sentirse cómodos allí evitarían que su cuñado menor, el abogado izquierdista con fama de tacaño, hubiera compartido con ellos; la socióloga, que convivía con el jurisconsulto, los consideraba como unos insoportables elitistas.

La última hija, una cuarentona soltera y desempleada que nunca estudió, organizaba el brunch de siempre: frutas, variedad de panes, buñuelos y arepas, huevos revueltos, quesos, embutidos varios y chocolate ocupaban la mesa del comedor.

Los nietos del patriarca compartían, unos en la sala junto a los mayores, otros en el patio de la casa jugando fútbol y los menores, enfrascados en peleas por el videojuego. Las nietas mayores cuchicheaban entre ellas riéndose sin permitir que nadie escuchara la conversación, las otras se entretenían viendo televisión, ajenas al alegre bullicio que se había formado.

Después de la partida del trío, que había cerrado su actuación con "El camino de la vida", el "cuchi Kem" y la "cuchi Barbie", alegres, entusiastas y bulliciosos se apoderaron del equipo de sonido para colocar reggetón a todo volumen y danzar a su ritmo, baile al cual se unieron algunos nietos.

El economista y el militar criticaban "semejante espectáculo", mientras la cuasibeata intentaba, junto con la matrona, detener el baile ante la protesta de los nietos, apoyados por el abogado y la socióloga, cada quien con sus argumentos. En un asiento, el patriarca reía con picardía mientras hablaba con su hija menor que se retiraba para abrir la puerta; alguien timbraba.

De repente, aparece un grupo de "hora loca". Antifaces, sombreros vueltiaos, caretas de marimonda y pitos a los asistentes, tambora y acordeón, serpentinas y confetis, danzarines y un animador se apoderan de la fiesta, mientras los "cuchi" disputaban el micrófono con éste para asumir ellos el control.

La matrona y la beata pensaban en todo el trabajo que les esperaba después. Los nietos gozaban alborozados, mientras el economista y el militar le echaban la culpa de "esa lobera" al "cuchi Kem" quien, según ellos, siempre salía con "esas barrabasadas, como si estuviera en su negocio de San Andresito".

En medio de la algarabía, entró a la sala un pastel gigante del cual emergieron 2 sensuales bailarinas que se movían al ritmo de la alegre música. La matrona casi se desmaya y tuvo que ser auxiliada por la hija menor; la beata intentaba sin éxito detener la fiesta mientras gritaba: "qué es esto, Dios mío, qué horror"; el militar y su esposa se retiraron de inmediato llevándose a sus hijos; el economista culpaba indignado al "cuchi" de haber perrateado la fiesta de su padre y el, vehemente, alegaba que era un rato chévere y que no fuera tan amargado; el abogado lo defendía; la esteticista repartía tarjetas al grupo de "hora loca",y la socióloga le explicaba a la matrona y la hija mayor que nunca hubo irrespeto alguno, que así eran las fiestas modernas.

La hija menor y su padre permanecían en un rincón, comentando el desarrollo de los acontecimientos. La celebración se interrumpió, cada quien se fue a su casa, a la matrona la recostaron en su cama. La hija mayor le preparó una tisana de canela y valeriana para tranquilizarla.

En un descuido de todos, el patriarca buscó al director del grupo de "hora loca", y le dijo: "Gracias, maestro, fue un rato sensacional", y subrepticiamente le pagó el valor convenido entre ellos y la hija menor. A fin de cuentas, había celebrado el Día del Padre con una fiesta inolvidable como quería, tal como eran sus deseos. Sabía que su enfermedad terminal no le permitiría gozarla nuevamente el siguiente año.



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