Si diciembre llegara con su ventolera…

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Diciembre es un mes de alegría. Esa es una opinión muy generalizada, tal vez porque pensamos que las frustraciones y problemas acumulados durante los once meses anteriores pueden desaparecer como por arte de magia.

O quizás porque el dinero correspondiente a las primas, unido a unas casi seguras vacaciones nos permiten relajarnos y, en todo caso, ilusionarnos con la mente puesta en un futuro mejor. Es diciembre y hay que disfrutarlo. En el cruel enero no se piensa, por ahora.

  Hace unos años era realidad la letra de un conocido paseaíto: “Diciembre llegó con su ventolera, mujeres”. Donde quiera que estuviésemos añorábamos a Santa Marta. El cambio climático, negado tercamente por el presidente Trump, dispersó ese fenómeno y últimamente recibimos tímidas ráfagas de viento en meses diferentes a diciembre. La brisa aquella ‘paraba en seco’ a los trasnochadores que salían de los cines a medianoche. Como muchas calles carecían de pavimento, la arena azotaba al transeúnte y era necesario tomar precauciones: un pañuelo sobre los ojos no estaba de más. En las calles, las mujeres se exponían al peligro de mostrar sus encantos escondidos cuando la brisa aprovechaba cualquier descuido. El pudor las llevaba al extremo de pegarse de espaldas a cualquier pared o vitrina del comercio local mientras pasaba la intempestiva “Loca” (así la hemos llamado siempre). Entonces, sin querer, las damas brindaban para el otro lado un espectáculo gratuito a empleados bancarios y dependientes de almacenes. Una vez presenciamos una escena: “Esos son retozos inocentes del dios Eolo”, dijo un anciano con ínfulas de poeta y amante de la mitología a una señora acosada por el viento. “¡Qué Eolo ni qué carajo! ¡Ese es un “remolino del diablo” y lo que quiere es encuerarme en la calle!”, respondió con furia la mujer.

     En fin, las brisas de los diciembres de Santa Marta hoy son solo un grato recuerdo. Por eso, cuando nos damos cuenta de que la juventud de ahora no conoció esa época y piensa que nunca existió, comprobamos que hemos envejecido. Y añoramos las brisas de diciembre no solo porque elevábamos cometas y corríamos detrás de billetes y documentos arrebatados de nuestras manos por la “Loca”, sino porque siempre fue un patrimonio de nuestra ciudad.

     Pero diciembre hace parte de un tiempo continuo, del eterno Tiempo, aunque lo convirtamos en una especie de puente que nos permita transitar en busca de utopías para el nuevo año. Sin embargo, no nos hagamos ilusiones, porque diciembre no es exclusivo de nuestra ciudad. Colombia también mira hacia este mes. La corrupción administrativa, solapada durante el receso que se toma la rama judicial, se reinventará y emergerá de nuevo en enero, robustecida. Los colombianos ingenuos, como de costumbre, después de doce meses estaremos repitiendo lo mismo de siempre y con las mismas expectativas. Aunque nos queda la posibilidad de clamar para que aparezca un ventarrón colosal, un huracán ad hoc que, al estilo de un “remolino chupamanchas” como el que promocionaba una marca comercial de detergentes, saque del panorama nacional las negras nubes que permanecen estacionadas bajo el cielo de este sufrido país. Entonces sí podríamos decir, como Rufo Garrido en su famoso paseaíto, “Diciembre llegó con su ventolera, mujeres”.

     Nota al margen: “Acotaciones de los viernes”, después de ofrecer a sus lectores treinta y nueve artículos este año, se toma unos días de vacaciones, hasta mediados de enero del 2019. Gracias por leernos y opinar sobre algunos de los temas que aquí se han tratado. ¡Felicidades!