A marchas forzadas

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Ha resultado realmente patético presenciar por televisión el sufrimiento de los migrantes centroamericanos hacia la frontera mexicana con los gringos (frontera que hoy no existiría si el claroscuro Antonio López de Santa Anna no les hubiera regalado a estos más de medio país azteca hace exactamente ciento setenta años).
En primera instancia, lo que uno da en pensar es que el deseo de esas personas es legítimo: están huyendo de las extremas violencia y pobreza de sus países, como también lo hacen los millones de venezolanos que deambulan por Latinoamérica actualmente. Una verdadera cuestión de derechos humanos. Nadie querría andar caminando con niños, hambre y enfermedad por rutas inseguras: si lo hacen es porque, en sus hogares, por increíble que parezca, las cosas están mucho peor que por donde andan de paso.

Además de la pertinencia de tener al problema como una crisis humanitaria, hay consideraciones adicionales que no pueden ser desestimadas sin más. Me refiero a la vieja discusión de si el Norte global (Europa y Australia, los Estados Unidos y Canadá, Japón y Corea del Sur, etc.) no ha sido sino un conglomerado de aprovechados de la debilidad de los Estados (y de las sociedades que hacen a esos Estados, claro) del Sur global, para enriquecerse (más desde el final de la II Guerra Mundial) a partir de la explotación indiscriminada de sus recursos naturales, de la plusvalía que ofrece la mano de obra forzosamente barata, y de la suscripción de contratos públicos leoninos, entre otras prebendas que trae consigo el suculento paquete de la corrupción, subproducto, a su vez, de la masiva falta de educación por estas latitudes sureñas.

De tal hipótesis de la opresión planetaria del sur por parte del norte (que cuenta con muchos soportes, por lo demás) nace una justificación que a muchos podría no gustar, pero que no parece tener nada que ver con ideologías políticas, sino con hechos cotidianos: la gente que marcha desde Centroamérica hacia los Estados Unidos ha entendido al fin que, si sus países son invivibles, lo son porque sus dirigentes no trabajan para ellos, pero también porque el gobierno gringo ha tenido que ver con eso. Así que, ¿por qué no ir allí donde todo se originó?: ¿por qué no marchar e intentar entrar al imperio que lo decide todo? Tal vez haya suerte.

Dicho esto, cabe ocuparse ahora de las teorías de la conspiración. Hasta el momento solo se ha comentado una, la más evidente. Dicen que Venezuela podría estar financiando a la Caravana, para así ejercer presión sobre los Estados Unidos, sobre todo con ocasión de las recientes elecciones de medio término. Pero aquella idea tiene muchos problemas para creerla real, casi tantos como adolece la contraria; es decir, esta: los esperables actos xenófobos de muchos mexicanos contra los centroamericanos que atraviesan su territorio, ¿a quién favorecen? ¿Podría ser que al Donald Trump que quiere probar políticamente su punto en temas de inmigración?

Se hizo notorio de repente que el “Me estás mandando lo peor que tienes” no es exclusivo de los yanquis racistas, odiadores de México. Muchos mexicanos, irónicamente, han tratado a los centroamericanos tan mal como los gringos a ellos, o a sus parientes y amigos. Es cuestión universal –parece oírse con la voz de Trump- eso de no poder tolerar más de lo necesario.


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