La decencia de la palabra debe prevalecer

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Ramón Palacio Better

Ramón Palacio Better

Columna: Desde el Centro Azul

e-mail: ramonpalaciobetter@yahoo.com



El periodismo bien ejercido constituye a mi entender, una rama de la educación freudianamente entendida como parte de los tres imposibles a los que Freud se refirió: gobernar, psicoanalizarse y educar.

Desde una perspectiva muy particular podemos ratificar que ha sido verdaderamente imposible hacerlo y lograrlo, pues siempre conseguimos avanzar, pero en tareas fatalmente inconclusas.. Por lo general en estos casos, la realidad excede siempre las aptitudes analíticas de la conciencia.

No obstante, casi siempre corresponde al periodismo cabal, rebelarse contra esa desmesura y parsimonia de los hechos, sin presumir con ello, que equivocadamente vamos a llegar a donde no se puede.

En verdad, se trata de quitarse la máscara y de no renunciar a infundir y propagar un poco más de lucidez, inteligibilidad y transparencia a lo complejo que es esto, de no resignarse a los encubrimientos y distorsiones con que la indecencia y la demagogia suman su propio aporte a lo que la realidad de las circunstancias ya tiene de intrincado o confuso.

Ese espíritu crítico que distingue al periodismo auténtico busca desocultar, echar alguna luz sobre todo lo exigidamente y empecinadamente oscuro, evitando e impidiendo las simplificaciones y denunciando en medio de las posibilidades todos los enmascaramientos.

Se trata entonces, de modo evidente e igualmente eminente de una verdadera lucha en favor de la dignidad de la vida y de las palabras.

Todo ello para que esa realidad, que no termina de caber en lo que se dice, se vea, al menos, liberada de las mutilaciones que intencionalmente le provocan los que mienten.

El periodista que sabe serlo une a la información que suministra una formidable aptitud analítica. Ejerce el pensamiento, labor del todo inusual.

Una cosa es la actualidad; y otra, el presente. La actualidad es el desbordamiento, mejor, la avalancha de acontecimientos que se suceden día tras día.

El presente, en cambio, es una obra en plena construcción. Que está conformada, mejor, soportada por trazos o líneas que a manera de vigas estructurales soportan y cargan el peso dominante de los acontecimientos.

El periodista sabe leer, en el vértigo de la actualidad, está igualmente al corriente de todo lo que sucede, es la cultura de la constancia del presente. Que nos permite, como lectores, transitar de lo múltiple y en apariencia dispersiva hacia lo convergente y unitario.

El periodista, el redactor, traza y bosqueja las líneas maestras de lo que nos pasa a cada uno y a todos en la sociedad, viendo en lo que sucede, lo que no debemos desatender, si aspiramos a comprender en qué estamos y dónde, y por qué y para qué.

Estoy seguro que el periodismo así entendido es alarmante para quienes odian la libertad, el debate y el diálogo. Su despliegue invita al intercambio de ideas, a la convivencia asentada en la escucha y mucha atención, tanto como en la enunciación, como en el discurso. Evidentemente se convierte en un oficio en donde no resulta posible terminar de ejercerlo con especial idoneidad.

Y la razón es muy sencilla: el hombre no ha podido terminar de entender, ni de aprender a ser verdaderamente libre, independiente, autónomo. Pero una cosa es aceptar resignadamente esa limitación y otra, admitirla luchando, sin pausa, contra lo que puede sumergirnos en un silencio humillante, vergonzoso al hablar por hablar; sin embargo, en cualquiera de estos dos ámbitos prevalecerá siempre la decencia de la palabra.