El andante samario

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


El andante es una persona que le gusta recorrer la ciudad a pie. Atravesarla de punta a punta, mientras disfruta su paisaje, los ventanales y zaguanes de las casas viejas, la gente que se cruza en su camino, el aire que respira, el calor y la resolana sobre sus hombros.
Va siempre marcando el paso, a veces se detiene, levanta la mirada, conversa, saborea un refresco y sigue su marcha con tranco largo pero sin prisa. Nadie lo espera. Lleva en su mente todas las historias que le dejó el recuerdo de una ciudad que en una época anterior fue otra y, cuando pasa por esos lugares que marcaron su infancia y adolescencia, inmediatamente recupera las imágenes y las conserva como tesoros para contarlas exactamente cómo sucedieron, no cómo se las contaron.

Lleva en sus pies tenis de última generación con cámara de aire y clavada en sus sienes una gorra como la que usan los peloteros de las grandes ligas, para que no le ocurra lo del Judío Errante que la culpa y la sofocación lo hacían repetir una y otra vez: “…tengo 1.800 años, doce cuando nació Jesucristo. Cielos, qué penosa es mi ronda. Doy la vuelta al mundo por quinta vez, todos van muriendo y yo sigo con vida”. Nuestro andante no camina a perpetuidad ni está pagando una manda, lo hace libremente, sin citas ni horarios ni preocupaciones.

Del camellón de Bastidas a Mamatoco con escalas en El Informador, en El Libertador y en Buenavista y, de las goteras de Pescaito hasta La Lucha se mueve el andante con facilidad, nada le importan sardineles quebrados, calles desmembradas, cajas de basuras desbordadas, tréboles marchitos, rugido de motores, mierda de perro en los zapatos, charcos de aguas estancadas, indigentes y menesterosos nacionales y venezolanos que suplican por una moneda de doscientos ni el asedio de las vendedoras de café. Nada lo detiene, el andante sigue su camino, sin rumbo, observando en silencio cómo nos atrapa y cómo se mueve misteriosa la ciudad a su alrededor.

Eso de que “camina más que loco nuevo” lo tiene sin cuidado. El andante sabe ser feliz andando. Que “ya cogió carretera” por un oído le entra y por el otro le sale. Que “está midiendo calles”, todo esto y más, lo considera un cumplido de los que no se atreven a andar por andar, porque no saben lo grato que es ir recogiendo anécdotas para echarlas en el canasto de la memoria para el mal de Alzheimer, recogiendo sabores callejeros como quien recoge mieses, olores, chistes, el último comentario sobre la Ley de Financiamiento de Duque, mirando precios, examinando objetos inservibles que no necesita, viendo cómo pasan los entierros con el finado a cuestas o el “cógelo, cógelo, que me arrebató el celular”, o el “échale guineo a esa carcacha” y “vaya pa’ que lo bañen con jabón de bola” .

Es saludador, decente, de finos modales, muy conocido, agradable su trato y buen conversador, no es tímido ni entrón, pero cuando coge confianza y se suelta no hay quien lo pare ni quien lo calle. “Ahí va Cachi…”, decimos resignados a nuestra suerte de andar montados, ahí va y es posible que lo digamos dos o tres veces el mismo día. Nos sorprende verlo aquí y luego allá. De figura erguida aunque levemente caída hacia el costado derecho, acompañada con una inclinación moderada de su cabeza, levanta sus brazos inmensamente largos y suelta una sonrisa: “…qué gusto me da verte, cómo están todos por la casa” y el mismo se responde: “…bien, me alegro”.