El agobio que sufre Santa Marta

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Escrito por:

Jesús Iguarán Iguarán

Jesús Iguarán Iguarán

Columna: Opinión

e-mail: jaiisijuana@hotmail.com


La Sierra Nevada de Santa Marta, la han convertido en emporio de seres deshumanizado que han puestos a la población samaria en más alto estado de abatimiento. Abrumada se encuentra la ciudad porque en menos de tres meses ha sido blanco de secuestros.
El niño Alberto Cardona desapareció es esta área, luego de que su padre de igual nombre apareciera asesinado en la ribera del rio Minca corregimiento cercano a la localidad samaria. Anteriormente en la región de la zona bananera fue también plagiada la señorita Melisa Martínez García, sobrina nieta del nobel Gabriel García Márquez, nieta de su hermano Luis Enrique.

Melisa, una dama de una voluntad exageradamente cordial, de inagotable cortesía, una joven que ni siquiera conoce los quebrantos en pasa la nación, pero por una de las innumerables vueltas del azar se encuentra hoy atada a la voluntad de los barbaros que tienen frenada la prosperidad de la nación. Melisa una muchacha que se encaminaba a la zona bananera a sembrar alegría y cosechar la paz para la bienestar de la nación y de su familia, fue interceptada por seres de conducta desviada y de complicaciones tan vastas que de ella no se ocupa el establecimiento judicial porque su ilicitud se cubre con el ropaje de una aparente legalidad.

Un bebé de nombre Alí Sánchez de solo 18 meses, también ha desaparecido del mismo corregimiento, pero aún no me atrevo a asegurar que se encuentra en manos de captores porque todavía no se ha esclarecido su desvanecimiento, hasta ahora solo se conoce que el bebé salió de su casa sin que su familia se enterara, por lo que se desconoce su destino. No nos queda duda que la delincuencia cuenta con amplias redes de inteligencia y contra inteligencia que cubren esta área obteniendo informaciones valiosas acerca de las de las capacidades y acciones de los cuerpos de seguridad del Estado, lo que le permite anticiparse a las decisiones y movimientos que sobre ellos se desplieguen.

El Estado ha ofrecido altas recompensas para dar con el paradero de estas inocentes criaturas, no se ha podido encontrar su destino. Tras sus búsquedas se han movilizado, la Policía Metropolitana, Defensa Civil, Cuerpos de Bomberos, Cruz Roja, Ejército Nacional, funcionarios del Distrito, hasta ahora todo ha sido en vano.
No queda duda que los captores avanzan con innegable rapidez hacia las formas más elaboradas, sin que podamos detenernos en la búsqueda de un mecanismo para combatirlo.

Por otra parte nuestra justicia se encuentra lejos de ser rápida, pronta, eficaz y oportuna, ella y la impunidad de los delitos han contribuido a generar incomprensión y desconfianza en la ciudadanía. Por altas y tentadoras que se muestren las recompensas, el ciudadano no se atreve con decisión y entusiasmo al éxito de las investigaciones porque las considera engorrosas, deficientes, impropias y lentos los procedimientos, si es que muchos no las estiman inútiles. Ha existido entre nosotros la sensación y a veces la convicción de que por ellos entre otras cosas predomina la impunidad y que la criminalidad se ha organizado con tal poder hasta poseer medios e instrumentos que le permiten movilizarse con más agilidad que los organismos del Estado instruidos para perseguir y castigar los delitos.

Y no solo es eso. Las empresas criminales no solo están constituidas por quienes cometen el delito visible a la sociedad. Detrás de cada manifestación delictiva se encuentran otros miembros de la organización, autores intelectuales, verdaderos capos de la mafia que manejan con instrumento de poder económico, de fuerza y de intimidación los hilos de sus subalternos que cumplen las órdenes de aquel que nunca tocará con sus manos a las víctimas de sus desmanes y maquinaciones criminales. Su estructura deshumanizada es tan hábil que no solamente pasan por lograr perpetrar de manera exitosa a los ilícitos, sino que también por asegurar su impunidad.

Esperemos pues que los captores de estas criaturas se le respeten su niñez, su inocencia y demuestren al país que también pescan la inagotable fecundidad del porvenir de Colombia.