Un día que es noche

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Las alusiones a la muerte que indefectiblemente han de padecer nuestros cuerpos y mentes suelen producir efectos tan contradictorios entre las personas cuan amplias y eventualmente opuestas son las clases de seres que pueblan este planeta solitario, azul.
Así tiene que ser: ¿por qué deberíamos todos opinar igual? A efectos generalizadores, se podría hacer incluso una división artificiosa y así jugar un poco. De un lado, estarían los, digamos, optimistas de manual, aquellos que se ríen de todo, y que también lloran fácilmente; ellos consideran, más o menos, sobre el particular: “No: qué horror, cuando muera, estaré muerto y ya: no tiene sentido hablar de eso”. Es una posición comprensible. Y, existen los otros, acaso menos dramáticos, tal vez más realistas, frecuentemente serenos, que podrían parecer individuos sombríos, fríos e indiferentes cuando se expresan al respecto: “Sí: esa es la vida: nacimos para morir, desde el primer instante. Hay que aceptar esa certeza”.

Creo, simplemente, que ambos extremos, sendas caricaturizaciones, no son sino manifestaciones de la misma pobrecita condición humana de fragilidad: el deseo de no finar, quizás menos por apego apasionado a la vida que por temor invencible a lo desconocido, a lo que hay más allá, del otro lado. Recuerdo esto hoy, por la vigente conmemoración del All Hallows’ Eve (conocido desde hace algo así como apenas un siglo y medio con la contracción Halloween), día en que los católicos irlandeses (migrantes en masa hambrienta a los Estados Unidos) celebraban la Víspera de Todos los Santos, naturalmente una jornada antes de la festividad implícita, la del 1º de noviembre.

A mí esto me suena similar al pragmático contrasentido envuelto en los carnavales que a lo largo del mundo católico se celebran. Caso particular: su propia Iglesia (que no lo pasa nada bien, por lo demás) decidió desde hace centurias fomentar conscientemente un cierto descontrol emocional antes de la forzosa represión de los impulsos de sus fieles: los carnavales son eventos previos a los momentos de reflexión y oración que los de Roma programan en sus calendarios litúrgicos. Por su parte, el Halloween, aunque huérfano de tal reconocimiento eclesial, parece poseer la misma función liberadora, pues al día siguiente hay que rezarle al santoral, y, después, sí: a los difuntos. Perspectivas nada divertidas. Así que “A relajarse antes del orden” podría ser el sentido profundo del Halloween, uno muy apostólico, más allá de que nadie se haga cargo oficialmente de su origen.

¿El Halloween viene a ser cosa piadosa, entonces? Cristiana, para más señas. Desde luego, ella no cuenta necesariamente con prestigio social, al menos en Colombia (¿el terror a la oscuridad es tan fuerte como para negar la virtud de algo que se disfruta?). De hecho, últimamente, no han faltado quienes han asociado su evocación a la adoración satánica (¿debido a sus remotos visos paganos?), y hasta han instado a que los niños no sean vinculados a la festividad (y que a los adultos se los lleve el diablo, si ellos quieren)…; ah, y a que nadie coma golosinas, por el venenoso azúcar. Es el dulce miedo, uno medular, a la opacidad de lo incógnito, el que hace a la vez callar e ir por el antifaz.