Penalizar la dosis personal:¿vendiendo el sofá se acaba la infidelidad?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Noriega

José Noriega

Columna: Opinión

e-mail: jmartinnoriega@hotmail.com



“Democracia es la forma de gobierno en donde la mayoría pisotea los derechos de la minoría” (Abraham Lincoln)

Otra vez sale a relucir en el panorama nacional la penalización de la dosis personal y pareciera que no es otra cosa que criminalizar una conducta que en lugar de recibir tratamiento clínico, se pretende otra vez reducirla y tramitarla a través del código penal y de esa forma preferimos hacernos los de la vista gorda y proceder como los maridos infieles que ante un desliz sentimental de su pareja decide vender el sofá y arreglado el asunto, o, como se dice en el lenguaje popular, “muerto el perro, se acaba la sarna”.

La génesis de este inconveniente parte de la postura de algunas autoridades del orden nacional, comandados por el primer mandatario y azuzados por el ex emperador…cito, quienes espetan a los cuatro vientos que es imperativo frenar esos postulados jurisprudenciales emanados de las Cortes Suprema y Constitucional en donde se ahonda en la defensa de derechos básicos a la autonomía personal y al libre desarrollo de la misma y no estar pensando en seguir criminalizando la posesión, habida cuenta que así no se combate el narcomenudeo, por el contrario, seguimos cayendo en las profundidades sociales de rebosar los centros carcelarios con tanta juventud desperdiciada y sobre la cual nuestro estado social de derecho pasa de agache, ignorando que siempre será mejor prevenir y persuadir antes que castigar y sancionar, aunque esa posición retardataria y retrógrada quiere hacernos creer que el problema de la juventud en Colombia es el consumo ocasional y no la falta de oportunidades.

Es absurdo y hasta estúpido pensar que así con posiciones represivas propias de la inquisición de Tomás de Torquemada, se combatirá el narcotráfico, sin desconocer que con la despenalización de la dosis personal se dibujó una muy delgada línea para distinguir entre el consumidor y el jíbaro, aunque los alcaldes de las grandes capitales insisten en denunciar que la labor de las autoridades se veía diezmada por efectos de que bajo la premisa de la dosis personal los jueces de la república aplican la ley desde el punto de vista del respeto a la autonomía y, aunque le cueste a muchos aceptarlo, todavía seguimos pensando que la cárcel es la solución, desconociendo que existen otros mecanismos de alternatividad sancionatoria sobre los cuales se pudiera dimensionar este flagelo.

Es imperativo resaltar que desde la entrada en vigencia del decreto de marras la semana pasada, retornaron las redadas de la Policía, al igual que los retenes y con ellos, como es apenas obvio, la corrupción rampante del bajo mundo en medio de una corrupción con hálito de carroña, al punto que muchos consumidores ocasionales y/o circunstanciales han sido castigados y flagelados, pero de los jíbaros no se dice absolutamente nada, porque ellos saben cómo hacer la vuelta y pasar camuflados ante los ojos pseudo acuciosos de las autoridades, las mismas que se hacen los locos cuando más se espera de ellos y ya no se preocuparán por enfrentar los grandes problemas de la sociedad, sino que ahora se dedicarán a las minucias y, como siempre, estigmatizarán a algunos, mientras los otros toman el atajo y la pendiente para burlar los controles y ensanchar cada vez más sus fardos de dinero.

Todo esto no es más que una reculada social y seguimos absortos en medio de esa cuestionada moral sobre la que basan sus creencias muchos de nuestros líderes políticos de pacotilla, para algunos de los cuales moral no es más que un cultivo de moras y siguen pensando en veleidades nimias mientras se inflan cada vez otras necesidades más apremiantes y necesarias, entre las cuales la reformas tributarias, pensional, y, sobre todo, la verdadera reforma política que permitirá implementar y desarrollar los acuerdos de paz, los que por ahora se visualizan un poco chimbos y encapsulados en medio de una tozuda y obcecada ingenuidad sobre las verdaderas intenciones de los guerreros de ayer y quienes hoy posan de adalides de la misma. Ese anacronismo rampante y retardatario del que están saliendo otras sociedades, aquí, gracias al imberbe presidente, será impuesto a punta de fuste y zurriago.