¡Que café tan amargo!

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



La declaración conjunta de Duque con el presidente de Honduras sobre la situación de los cafeteros en América Latina no tendrá acogida en los países consumidores. 

El presidente Hernández se queja diciendo que una taza de café se vende por medio dólar, y que al caficultor solo se le pagan 2 centavos por esa taza.  Dice que el deprimido precio del café podría quebrar a 90.000 familias.

No tendrá acogida el reclamo porque no tiene sustento en la lógica comercial y de los negocios.   Realmente, lo que están pidiendo es cacao; es decir, asistencialismo internacional.  Para comenzar, el café es un bien primario y como tal está sujeto a los ciclos de los commodities: cuando los precios están altos, todo el mundo produce, lo que a su vez lleva al derrumbe de los precios por sobreoferta.  Para manejar este tema se crean cárteles –oferta controlada-, pero sucede que alguien siempre hace trampa y no funcionan o no tan bien como quisieran sus miembros.  Este fenómeno es un viejo conocido y lo que está sucediendo ahora, no es diferente a lo que ha sucedido en el pasado.

Por otro lado, la aparente diferencia entre el producto final, medio dólar, y el grano verde, 2 centavos, por la taza de café, no es indicativo de un trato injusto.  Para tomar el ejemplo de Colombia, el salario mínimo por hora en Colombia es cercano a los $2 dólares, mientras que en los Estados Unidos ya en algunos sitios es de $15 por hora.  Al empresario en Estados Unidos le toca pagar salarios mucho más altos, y ni que decir que en franquicias como Dunkin Donuts, Starbucks o McDonalds, el costo de mercadeo, mantenimiento de los estándares de calidad y los sofisticados equipos que se requieren para la operación son altísimos.  Por ejemplo, una de las máquinas de hacer espresso en Starbucks cuesta $16,000 USD, y generalmente tienen dos, para mencionar solo uno de los equipos.  Si se hace el ejercicio financiero bien, y se toma lo que se paga por la misma bebida en un Juan Valdez en Colombia, y se incluyen los costos de operaciones, se notaría que estas franquicias nacionales, en lo referente al café, tienen un margen de utilidad mayor al de las franquicias en el mundo desarrollado.  En el caso de Juan Valdez, por pertenecer al gremio cafetero vía Procafecol, nadie dice nada. Por cierto, calidad bastante regular, y a veces mala.

Entonces el lloriqueo no es por ahí porque no hay ninguna injusticia.  Hay apariencia de injusticia porque solo se están mirando los números nominalmente sin ajustarlos a costo de vida, paridad en la capacidad de compra, y salarios, entre otros.  Es más, compañías como Starbucks solo compran de caficultores cuando están seguros que se cumplen ciertos estándares de responsabilidad social; esto para evitar que se explote al campesino.

Los gobiernos en la región deben encontrar los mecanismos de ajuste para manejar la ciclicalidad de los precios del café.  Deben desarrollar estrategias para que el sector sea mucho más eficiente y competitivo y para que se agregue el mayor valor posible al producto y así hacerlo mucho más rentable.  No se puede obligar al consumidor a pagar más de lo que el producto vale en el mercado. La realidad actual del mercado cafetero es que hay una sobreoferta, y entonces es una coyuntura favorable a los compradores.  En algún momento sucederá lo opuesto, y entonces otro gallo cantará, pero aquí no puede hablarse de injusticia ni de abuso. 

Lo que uno no entiende es que siendo esta ciclicalidad parte del negocio y muy conocida porque se pide salvavidas al gobierno nacional para que salve al sector: las pérdidas siguen siendo de todos, pero las ganancias son solo de los caficultores.  Este negocio de andar socializando pérdidas es un mal negocio para el país.  Ya Duque se le arrodilló al gremio y le regaló un paquete de salvamento.  Tal vez hay que replantear el negocio cafetero para que sea sostenible sin subsidios, y para esto hay que dejar que quiebren los que no son competitivos. Mientras se sigan subsidiando o salvando sectores ineficientes, estos no tendrán incentivos para transformarse y volverse estructuralmente competitivos.