Sonriente ante la muerte

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Estoy leyendo un libro bastante publicitado actualmente; se intitula "Memorias de Simón Bolívar y de sus principales generales", y fue escrito en 1828 por un militar franco-alemán, llamado H.L.V. Ducoudray Holstein.

No se trata de una obra rigurosa en el sentido estético, ni mucho menos. Tampoco se trata de una gran investigación, documentada y factual; el libro ni siquiera llega a ser un ensayo, con opiniones, que aunque personales, estén debidamente soportadas (como lo decía Miguel de Montaigne: el ensayo es un laboratorio).

Este libro es la obra de un amargadito que escribió quinientas páginas de chismes, imprecaciones, irresponsables afirmaciones, dichos improbados, imprecisiones de todo tipo, y lo que es peor para el autor: quinientas páginas de envidia de la más verde estirpe.

Si le buscáramos un lado bueno al libro, habría que decir que podría tener algo rescatable: este voluminoso panfleto demuestra que ¡Bolívar era humano! No obstante, para esto (dar validez a las memorias referidas) tendríamos que asumir por un momento que las cosas que el europeo afirmó desde su casa en Albany, Estados Unidos, hace 183 años, son, al menos, posiblemente ciertas; entonces, habríamos de empezar por aceptar que, tal y como lo señala Ducoudray, Bolívar fue un cobarde mentiroso que no peleó casi ninguna de sus guerras, escondiéndose detrás de sus apellidos, fortuna, encanto personal y labia, para después salir, como cualquier politiquero de Santa Marta, a aprovecharse de los triunfos ajenos e inscribirse en las páginas de la historia como uno de los grandes guerreros, militares, pensadores, de todos los tiempos. ¡Qué idiotez!

Este hombre, Ducoudray Holstein, un mercenario más de los tantos que hubo en Suramérica, llegado a estas tierras después del mar de sangre que se vertió en Europa con ocasión de las revoluciones burguesas, sólo reconoce dos factores determinantes en la gloria de Bolívar: su inconmensurable suerte (suficiente, según el acusador, para hacer que hasta sus enemigos lo respetaran), y la grandísima ignorancia, barbarie y, a la vez, docilidad, de estos pueblos americanos, que adoraban servilmente a cualquier déspota, a diferencia de los europeos, digo yo, que nunca, nunca, nunca, han tenido a Bonaparte, Hitler o Berlusconi.

Yo no digo que Bolívar no tuviera defectos. Claro que los tuvo, y muchos. Pero este libro (al que no le estoy haciendo publicidad, todo lo contrario: es caro y no hay mucho que aprovecharle) me ha servido para darme cuenta de que la gran obra de Bolívar sigue siendo tan importante como para atacarla, y aún más, sigue en construcción. No hay sino que leer la crítica que leí en no sé qué revista, el otro día, y que -debo aceptarlo- me motivó a leer el libro, escrita por la periodista española, residente en Colombia, Salud Hernández Mora (a propósito, ¿por qué se le permite a esta mujer opinar a diestra y siniestra sobre las cosas de Colombia, y lo que es más, por qué casi que se le aplaude cada vez que mete la cucharada en asuntos que sólo entienden los colombianos?, ¿será que en su país nos permitirían hacer lo mismo a nosotros en calidad de extranjeros?), en la que se confesaba solazada con las "revelaciones" del libro, pues ello probaba, de manera irrefutable, supongo, algo que muchos españoletes debían saber desde hace mucho tiempo (excepción hecha de los grandes ibéricos, como don Miguel de Unamuno), es decir: que Bolívar no era más que un mujeriego ignorante, hijo de su suerte, que tuvo el honor de morir sonriente en Mamatoco, después de haber humillado a los humilladores. Si ellos no piensan eso, creo, deberían hacerlo.