La diáspora migratoria

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Ricardo Villa Sánchez

Ricardo Villa Sánchez

Columna: Punto de Vista

e-mail: rvisan@gmail.com



En segundo año de derecho, en el examen final oral de derecho constitucional colombiano, que más parecía un juicio oral en que el acusado era el alumno, en las que casualmente sobresalía el que mejor capacidad de memorizar tuviera, por cosas de la vida, le tocaba pasar al estrado, en las primeras de cambio, a los últimos en la lista. Sudando frio, con las manos titiritando, uno sentía que se le había olvidado todo el cuestionario que con suficiente anticipación nos había dejado para su módulo, el recordado profesor Julio Cesar Ortiz; otro asunto, que en la psicología debe tener alguna explicación, es que uno ingresaba con 4 compañeros más, de los que sus preguntas las recitabas en la mente a la perfección, en vez de concentrarse en la concerniente.

Es algo, quizás muy nuestro, de estar más pendiente de la pajilla en el ojo ajeno que de la cuña en el propio. En aquella ocasión, fui el segundo en la prueba en recibir la pregunta sobre cómo se adquiere la nacionalidad en Colombia, mientras sufría de amnesia temporal, el maestro Ortiz me decía: Villa es una de las preguntas más fáciles que hay, recuerda los tres aforismos latinos… en simultanea que recordaba que el imperio romano en su expansión, fue uno de los más proclives a negarles la ciudadanía a los habitantes de las provincias latinas que habían conquistado, hasta a sus mismos plebeyos o a las mujeres que nunca se la concedieron plena, al tiempo en que el compañero de al lado se le salían las babas para que lo dejaran contestar, alzando su mano, dando saltitos en el asiento con sus posaderas, se me vino una luz al final del túnel que me permitió trasbocar: Ius sanguinis, Ius soli, Ius domicili, para después, sin ningún análisis, casi recitar el artículo 96 de la Constitución Política Nacional, lo que me salvó de una rajada perfecta.

Ahora cuando està Francia, al parecer diversa, solidaria, mestiza, en su plantilla, ganó el Mundial de Fútbol, pienso que no es tan fácil. Empezar por decir no al racismo, mientras desde las graderías de algunas ligas, las hinchadas fanáticas, les grita Sudacas a los jugadores de esta parte de América, pintan una esvástica en la gramilla de un partido clasificatorio o hasta les corean Ku Kus Klan a los afrodescendientes, es simbólico que el triunfo de Francia en la final de la Copa Mundial de Fútbol de la FIFA, sea una victoria sobre la xenofobia; un premio a la integración, a la cooperación, y a la posibilidad de una ciudadanía mundial. En una sociedad global, en que se pregona el pluralismo y la inclusión, así poco se practique, la diáspora migratoria, y su descendencia, salvó al equipo francés; son sus estrellas de este deporte. Esa es la gran copa que se levantó en Rusia, que muchos celebramos y a quienes se les debería dedicar.

Falta mucho para que no nos dividan fronteras, razas, creencias, monedas, ciudadanías. Aún no se ha superado el racismo, así hayan campañas mundiales para detenerlo. Aún no se ha acabado el colonialismo, para la muestra un botón ─así no haya sido la tapa como la final en Sudáfrica 2010 entre España y Holanda u otras anteriores─, tres países colonialistas en este mundial de futbol, llegaron a las finales, con la fuerza de los inmigrantes: Inglaterra, conocido de autos, la Bélgica del Congo en el pasado, y la campeona Francia que aún pisa el Caribe, la tierra firme americana, África y Oceanía. Sólo se salva Croacia, que a punta de garra, en contra de la marea y con buen fútbol, llegó a la gran final; que sería un país resiliente, después de su conflicto y la disolución del “yugo” de la antigua Yugoeslavia o, también, colonizado, con el lunar de sus añoranzas de símbolos nazis