La llamada de la tribu

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El Pájaro de Perogrullo

El Pájaro de Perogrullo

Columna: Opinión

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En estos días post-electorales, que dejan tiempo para el descanso y la reflexión, es importante que los políticos, especialmente aquellos que tienden a tener ideas extremas, lean con detenimiento y cuidado el último libro del nobel peruano Mario Vargas Llosa.

La pluma del nobel narra y recorre el pensamiento de filósofos y economistas que formaron su pensamiento. Expone con detalle, pero a la vez de manera sucinta y amena, el pensamiento de Smith, Hayek, Ortega y Gasset, Aron, Popper, Berlin y Revel. En el prólogo, el Nobel da cuenta de su evolución intelectual y como en la edad adulta llegó a una madurez intelectual con firmes bases liberales.

Para el Nobel, la política siempre fue parte de su vida, por lo que siempre estuvo preocupado por los problemas sociales y las desigualdades que existían el Perú, donde algunas minorías privilegiadas abusaban de las mayorías. Por ello, en sus primeros años, se identificó con el comunismo, el socialismo y hasta la revolución cubana.  A finales de los sesentas, al viajar a la Unión Soviética, al darse cuenta de la supresión de la libertad de prensa y pensamiento y entender que si él fuera de ese país estaría en una mazmorra, empezó a evolucionar en su pensamiento político. De hecho, le traumatizó la respuesta que obtuvo al preguntar quienes era los más beneficiados del régimen: los escritores sumisos. 

Frustrado además de Sartre, quien había indicado que escribir era una forma de acción, pero que se debía renunciar a escribir si ello era en pro de la revolución, su pensamiento político evolucionó hacia el liberalismo como valor fundamental de la sociedad y de la convivencia ciudadana. La llamada de la tribu es en sí un llamado para que los intelectuales y los de pensamiento libre no caigan en el llamado del colectivo a ultranza, donde se niega la individualidad. Para el Nobel, en los tiempos modernos, algunas sociedades y naciones han caído en el llamado colectivo, en el abandono de la individualidad, en donde los extremos de izquierda y derecha suprimen las libertades y entregan respuestas dogmáticas para todo.

Lo cierto es que el liberalismo es una doctrina que no tiene respuestas para todo, como lo señala el Nobel, donde la libertad es el valor supremo que no se fragmenta ni se divide. Por ello, señala, la libertad es una sola y se debe manifestar en todos los ámbitos, como el económico, el político, el cultural y el social. Pero, además, el liberalismo debe contar con un estado fuerte y eficaz que garantice el pleno desarrollo y ejercicio de las libertades, lo cual no significa que sea grande y que se pueda inmiscuir en los asuntos de los particulares.

De la misma manera, el desarrollo de las ideas liberales también implica que haya igualdad ante la ley, pero se requiere necesariamente igualdad de oportunidades. Esta igualdad de oportunidades, como principio angular del liberalismo, implica igualmente que el sistema educativo sea del más alto nivel y para todos los jóvenes de la sociedad. Así, una vez se desarrollen los talentos, es válido tener una diferencia de ingresos debido al esfuerzo de cada quien. Finalmente, para el Nobel, salvo la defensa, la justicia y el orden público, los demás aspectos del orden social deberían tener un impulso mayor de la actividad privada.

En síntesis, es el estado liberal de derecho, con un estado fuerte y pequeño que garantice la justicia y el respeto a la ley, con una economía de mercado con poca intervención estatal –con intervención sólo para garantizar la igualdad de oportunidades de los ciudadanos y solventar las distorsiones del sistema de mercado-, el que garantiza un mayor bienestar para los ciudadanos. Por ello, no debemos caer en los cantos de sirena o “la llamada de la tribu” que los modelos totalitarios, de izquierda o de derecha, venden para establecer un supuesto “mejor vivir”, menoscabando los principios liberales.