Observando el tráfico

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Alberto Carvajalino Slaghekke

Alberto Carvajalino Slaghekke

Columna: El Arpa y la Sombra

e-mail: alberto.carvajalino@gmail.com



Transitar por las calles de la ciudad a bordo de un vehículo es sumergirse en la tierra de nadie, donde opera la incivilidad y barbarie.

Las hordas de motos que cruzan a velocidades suicidas con sus acompañantes a bordo (por lo general niñas y jóvenes en uniforme de colegio), electrizan y enmudecen en su temeridad a peatones y conductores.

El irrespeto a las normas de tránsito ante la falta de vigilancia efectiva y permanente, resulta por decir lo menos, grotescas.

Esta es una ciudad sin ley y sin autoridad. La otrora pacífica y placentera ciudad se ha convertido en un calvario.

La ciudad está perdiendo su amabilidad, porque sus habitantes poco a poco se han contagiado de la conducción agresiva de mototaxistas y demás.

El mototaxismo nace de la desesperación y la negativa de las personas a la pobreza.

Los ciudadanos recurren a la informalidad y ella se expande en la medida en que los gobiernos locales no están sintonizados con la realidad objetiva de los ciudadanos. La gestión efectiva de un gobierno se mide en su capacidad de trascender las necesidades del colectivo que gobierna.

En el caso de Santa Marta, la necesidad de la gente y su imaginación para sobrevivir a través de actividades informales, sobrepasa la inteligencia de las respuestas vacías del gobierno.

Lo que fue una gran oportunidad política y de gobierno en favor de la sociedad hoy es una situación social compleja.

En esa perspectiva, los alcaldes recientes, perdieron la oportunidad de solucionar una situación que exigía de manera elemental: reglamentación temprana y claridad en las reglas de juego para su formalización. Hoy, la regularización de las actividades informales provocará un proceso de negociación difícil y costosa en términos sociales.

Mitigar los costos sociales generados por la falta de acción efectiva de los gobiernos locales debe estar relacionado con una generación de empleos formales en asocio al sector privado bajo la forma de tercerización y la generación de estrategias de emprenderismo y capital semilla.

Para ello se requiere de una articulación estratégica entre Gobierno Local y empresarios en pos de nuevos mercados nacionales e internacionales, que provoquen procesos de generación de riqueza reales, de tal manera que se rompa la carga atávica de volar a Bogotá a mendigar ayudas o tratar de seducir a una clase empresarial que ya no sabe qué hacer con tanta exoneración fiscal para generar empleos, cuando el problema de fondo, es de competitividad.

El potencial de Santa Marta es mayúsculo, sólo se requiere que su dirigencia deje de pensar como burócrata indolente y excluyente, típica actitud del que olvida que su salario proviene de los impuestos que los ciudadanos pagan y que su mandato es una acto de confianza de los ciudadanos y no, una abdicación a su futuro.

Santa Marta vive por ausencia de autoridad, el costo social de la desregularización en la circulación de vehículos y ello genera un espectáculo de ciudad anárquica.

Debe entenderse como consecuencia de este estado de cosas, que el plan de movilidad no podrá ser exitoso mientras las causas estructurales que impulsan la informalidad no sean atacadas de forma objetiva.

La rigidez de precios del nuevo sistema de transporte masivo impedirá la competencia con los medios alternativos informales y ello tendrá impactos sobre la recuperación de la inversión y sus sostenibilidad en el tiempo. Contrastando con la flexibilidad tarifaria típica de las actividades informales que sólo tiene costos fijos en el mantenimiento de la máquina.

Ello las hace mucho más flexibles a la baja en sus tarifas que los proyectos que han requerido de apalancamiento para su realización.

Es la batalla de la modernidad versus el hambre y la ausencia de futuro de un segmento importante de la población. La defensa de la primera no puede soportarse en la represión por medio de acciones policiales.

Por tanto, no se puede considerar como un problema menor aquel que tiene la capacidad de incidir de esa manera en la modernidad de la ciudad y la solución no está precisamente en sacar a la calle al Esmag.