Parafraseando a Friedrich Nietzsche: “Los gorilas son demasiado buenos para que el hombre pueda descender de ellos.”
Adiós, Koko, el gorila “más personal de todos””. Nadie, entre la larga escala de todas las especies animales, por su cercano parecido con nosotros, tenía como ella el derecho de hablarnos así fuese por medio de dicientes señas bajándose de los árboles y caminando erguida para decirnos: “Salven la Tierra”… y, mirándonos con la profundidad de esos sus hermosos ojos café, advertirnos: “Es lo único que les queda. Por favor, no la dañen más”…y rascándose la cabeza, avezada en comerse un chocolate, a continuación, cordial, como siempre, una vez más, y como era su costumbre, se convertía en resonante e importante noticia.
Koko murió como morimos las personas, pero antes hizo toda la tarea, como estudiante disciplinada que fuera, la de aprender a “aprender hablar” para hablar con preocupación del dolor mortal de los suyos en vía de extinción, dolida, triste y acongojada de no tener entre los hombres a un verdadero amigo… y, entonces, en su última palabra por decir, cerrando los ojos, se llevó su muerte…
Recordemos a Koko, como se recuerda a una amiga fallecida. Koko, la de las palabras monosílabas y disílabas expresadas con aliento de selva…Duele su muerte, como duele la muerte de las cosas buenas…Tomaba piedrecillas en sus gruesas manos y las contaba tal que si en esta, le cupiera el mundo en diminutivo y quisiera reírse haciendo de él su favorita marioneta…
Duele la muerte de Koko, contradictorio primate que nos recordará eternamente que alguna vez, así, como ella, hace miles de años, también fuimos…
Quienes convivieron científicamente cercanos a Koko, hicieron bien en no vestirla nunca de colores embutida a la fuerza en un vestido de circo para que hiciera payasadas en reemplazo del caricato a quien se le había perdido la gracia y la risa por siempre; para eso no era buena ella, más bien golpeaba sus manos y como cualquier espectador de primera fila, con una mueca por sonrisa en su rostro, era capaz de aplaudir al verdadero bufón de los zapatos grandes que constantemente se caía…
…¿Y cuánto hablaba Koko?...Eso no importa ahora, ¿para qué?... quizá lo suficiente; pero eso sí, mejor y más educada que algunos humanos: hablaba con la mirada, y pidiendo decentemente la palabra en la salvación de sus mímicas, ademanes y gesticulaciones y en el movimiento revelador y enunciativo de sus manos pidiendo un poco de agua, pidiendo una fruta, pidiendo bayas y brotes…tomando un palo en sus manos y con este, medir la profundidad del agua que le toca cruzar; abrazando a quienes conocía, y por vocación de madre, darles un beso en la barbilla…
Al ver actuar a Koko, no podía decir uno tontamente: “Sólo le falta hablar”…, porque Koko hablaba, hablaba tomándose en serio lo que hablaba; explicando en sus señas y guiños y en su rostro todo, lo enseñado y capacitado a lo mejor queriéndonos recordar episodios nunca conocidos ni imaginados de su vida…
La muerte de Koko está explicada al revés y de haber podido ella escribir con papel y lápiz, seguro hubiese escrito esto para nosotros: “Son ustedes quienes no saben hablar porque jamás se entienden”.
Se fue Koko diciendo tanto sin saber qué tanto la escuchamos, diciéndolo viva y afectuosamente con sus manos, con sus ojos y con el corazón…
Por ello, antes de terminar, parafraseando a Friedrich Nietzsche, consigno esto: “Los gorilas son demasiado buenos para que el hombre pueda descender de ellos”
Adiós, Koko, la vida está llena de despedidas y tú te merecías la tuya, atávicamente algo nos unía contigo en lo parecido de nuestras vidas, un resabio genético oculto quizá, un eslabón que no encontró ningún examen científico eso fuiste…