Las cajas azules

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Irrumpieron en el espacio público de Santa Marta cuando menos las esperábamos. La ciudad se veía limpia.

Tanto que al negociador en La Habana, Gustavo Bell Lemus, le pareció una “tacita de plata” el día que la recorrimos a píe: “…de todo, lo que más me impresionó fue ver una ciudad limpia y sin basuras, un logro bien importante…” Me refiero a las “cajas azules” que Interaseo ESP dispuso en ciertos “lugares estratégicos” de la ciudad para que los usuarios del servicio depositáramos en ellas los residuos sólidos domiciliarios, hasta que el camión recolector procediera a levantarlos.   

A primera vista, la solución parece buena si se quiere brindar mejores condiciones de salubridad ciudadana, evitando la exposición de las basuras en las aceras frente a las casas,  a merced de las personas que viven del reciclaje y de los perros callejeros, que rompen las bolsas y las esparcen. Aunque yo veo que por fuerza de la costumbre y uno que otro apretón aprendimos a sacarlas el día exacto y un poco antes de la hora asignada para su recolección. Lo que me dice que esta no es una razón de peso para recurrir al sistema de los contenedores, digamos que se trata de eliminar (o disminuir) los recorridos de las compactadoras, liberándonos así de la contaminación por gases y lixiviados.

No conozco en realidad las razones técnicas, científicas o tecnológicas que animaron a la empresa a proponerle al Distrito optar por esta solución que en principio nos llamó atención. Tengo solo una percepción personal y los comentarios de algunas personas que ya no quieren las cajas azules en su vecindario. Por todo lo anterior, pienso que la ciudadanía no puede ser víctima de la improvisación de sus gobernantes. La medida debió ser estudiada con seriedad y responsabilidad, pensando en su impacto en las comunidades, en el entorno, en el ambiente y en el paisaje urbano a fin de “por ponerla María Ramos le pusiéramos la…”

Primero. No hubo una educación previa que nos enseñara acerca de su utilización y manejo, pero sobre todo de separar las basuras en la fuente. La literatura impresa en cada caja no es suficiente. Los usuarios botan podas, animales muertos y escombros y, no lo hacen en bolsas cerradas. Los recicladores sacan la basura servible y esparcen la inservible.

Segundo. La cantidad y su ubicación a escasos veinte metros una de la otra, nos da la sensación de una ocupación exagerada del espacio público que es escaso. 

Tercero. Las cajas se saturan y rebosan y los desperdicios se rebosan y se salen, impregnado de malos olores el ambiente.  El paisaje urbano luce ahora alterado y sucio. Las cajas se convirtieron en un equipamiento urbano incómodo, que en lugar de embellecer la ciudad, la afean y la degradan.

Cuarto. Las cajas sobre los estrechos andenes y calzadas interrumpen el paso de peatones y limitan la visual y el tránsito de los automotores. Esto reduce la seguridad humana -en particular la de las personas con alguna discapacidad- y es la causa de accidentes.

Quinto. El vehículo asignado para vaciarlas no lo hace con la frecuencia debida y no les hace mantenimiento. Las cajas comenzaron rápidamente a deteriorarse y los olores ya no se soportan en la cuadra.   

Meras sensaciones que dejan las cajas azules a los vecinos del barrio. Toca rectificar su ubicación, educar a los usuarios del servicio, castigar a quienes sabotean el sistema y hacerles mantenimiento. Estas son sus primeras recomendaciones, hechas sólo pensando en vivir mejor recordándonos que: “Si te sientes samario, cuida tu contenedor”.