La conjura antidemocrática

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



El espectáculo era este: periodistas radiales de Bogotá, pero con alcance nacional, riéndole preguntas verdaderamente ridículas a Iván Duque, mientras que, ellos mismos, en otro momento, a Gustavo Petro lo acuchillaban con cuestionamientos bien mordaces a los que este respondía con cierta resignación, algo que poco se le había conocido.

Seguía de esta forma: la vulgar pantomima de los oficiales de la Policía Nacional que se le cuadraban a Duque nada más aterrizar en vuelo privado en no sé qué aeropuerto del país, como si se tratara de un jefe de Estado en funciones al que le faltaban apenas las meras formalidades de resultar elegido, proclamado y posesionado.

Y se coronaba así: la infame, silenciada, inasistencia de Duque al último debate presidencial citado, el del sábado 16 de junio en la noche, legalmente obligatorio antes de la segunda vuelta; y, el sobreviniente vacío de contradicción que, ante las cámaras, ante millones, anticipaba sin vergüenza el presidente que eligieron más de diez millones de colombianos el domingo. Vaya exhibición.

No, nada de esto lo digo con amargura. A mí me da igual. Pues tampoco me hubiera convencido un presidente Petro, no tengo dudas; aunque, de él, al menos, lo habría podido decir directamente, sin este no saber quién es el real culpable de lo que pase. En cambio, Duque, ¿ante quién responderá?: ¿frente al electorado al que ha prometido unir (¿acaso puede decir otra cosa que no sea esa letanía de “los quiero a todos”?), o de cara a Álvaro Uribe Vélez? Nada de amarguras, claro, que yo no perdí nada -como nada perdió todo aquel que votó independientemente-, pero sí preocupación.

La unidad nacional que pregona la Constitución, y que, en teoría, debe estar representada en la persona del presidente de la República, ¿cuál vendría a ser, en este caso?: ¿la unidad en torno al partido político denominado Centro Democrático?, ¿o la unidad alrededor de la figura del expresidente Uribe y su ruidosa Corte de los Milagros? O sea, ¿a quién representa Duque en realidad, si ni siquiera se representa a sí mismo?: ¿con qué liderazgo puede aspirar un hombre así a decidir bien nada, si su autoridad es como la del administrador de una finca que le rinde cuentas al pretendido dueño todopoderoso de esa misma finca? Es como un capataz. En otras palabras, compatriotas: ¿cómo le podemos exigir a Duque que haga lo que le toca si él fundamentalmente solo le cumple a su jefe, el “presidenteterno” Uribe? Temo no ser claro en cuestión tan elemental.

Ciertamente, Duque no es Juan Manuel Santos, o alguno otro con mayor experiencia y capacidad para enfrentarse a desquiciados intereses. Por ello, no es dable esperar que presenciemos un nuevo acto de lealtad a Colombia y a su Constitución Política, disfrazado de traición al aspirante a titiritero. No creo que esta vez se configure la epopeya de que la auto-composición del pueblo colombiano sea tan fuerte como para que alcance a hacer que las cosas caigan en su puesto por sí mismas, y entonces Duque le exija a Uribe respeto (¿debido a una recién adquirida dignidad presidencial?), y le grite que lo deje gobernar para todos por igual. Ojalá, y lo digo en serio, ojalá me equivoque.