La celada del hombre muerto

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Fuad Chacón Tapias

Fuad Chacón Tapias

Columna: Opinión

e-mail: fuad.chacon@hotmail.com



“El arma más poderosa de Putin no son sus misiles ni submarinos, sino su máquina de propaganda” dijo Arkady Babchenko en un ruso pastoso mientras su sólida figura se bamboleaba tímidamente por el escenario esa mañana de marzo.

Su exposición fue polémica como su carrera de periodista exiliado, pues esculcó en la sistemática estrategia mediática que Vladimir Putin ha utilizado a su favor para justificar su rosario de intervenciones militares contra los chechenos, los georgianos y, más recientemente, los ucranianos. Allí, sentado en primera fila y a pocos metros de Babchenko, ni él ni yo sabíamos que dos meses después su esposa habría de encontrarlo en un charco de sangre con tiros a traición por la espalda.

PutinCon era la oportunidad de dicho encuentro. Una convención en el corazón de Times Square donde los enemigos acérrimos del presidente ruso se reunirían para despotricar de su gobierno y a la que llegué buscando aplacar los instintos desbocados del frustrado periodista que llevo dentro. Durante los pocos minutos que tuvo, Babchenko denunció las contundentes campañas de exterminio contra el enemigo de turno que se orquestaban desde el Kremlin, y cómo las mismas lavaban el cerebro de la población rusa al punto de aceptar la deshumanización del rival, mientras a sus espaldas se proyectaba una cadavérica imagen monocromática de la ciudad de Grozny en ruinas tras un bombardeo ordenado por Boris Yeltsin con el mismísimo Putin como primer ministro.

La existencia de Babchenko habría sido solo una buena charla de no ser por la noche en que ojeé la portada del Wall Street Journal que nadie había recogido del lobby, tratando de hacerle el quite a la espera del eterno ascensor. En ella, un afligido Babckenko se dirigía a la prensa el día después de haber fingido su muerte con la complicidad del gobierno ucraniano mientras flores adornaban su improvisado memorial. Estremecido, tomé el ejemplar entre mis manos y con cada palabra que leía confirmaba que, sin duda alguna, ese era el mismo hombre que había escuchado meses atrás hablando sobre el temor que sentía al salir de su edificio con la policía secreta de Moscú respirándole detrás.

Finalmente, Babchenko no murió, pero posiblemente su reputación sí. Prestarse para un fraude de estas dimensiones debilita su credibilidad y les saca el aire a sus denuncias, aun cuando el motivo de desmantelar un supuesto atentado en su contra fuera loable. Una salida en falso que ocurre en el peor de los momentos, pues los opositores de Vladimir Putin deben estar más alineados que nunca para hacerse escuchar durante la vitrina del Mundial de Fútbol, una oportunidad invaluable que le permitirá a Rusia demostrar que el oso ha despertado y que el país está listo para competir nuevamente con la América de Trump por el lugar como la potencia más influyente del planeta.

Los efectos de esta celada todavía están por verse, y lo único cierto en este momento es que Babchenko ya quemó la primera de sus vidas ante la opinión pública. Falta ver cuántas le quedan.