La Catedral tomada

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Pocos recordarán hoy el acontecimiento que puso en vilo la devoción samaria: la toma de la Catedral Primada María Reina después de las elecciones de mitaca en marzo de 1992, realizada por un grupo de doce que reclamaba a las autoridades locales y a la Registraduría Nacional total trasparencia en los comicios que se acababan de celebrar.

Cuatro de ellos eran candidatos al Concejo Municipal que veían alejarse sus posibilidades de llegar  una vez terminados los escrutinios. El número uno de tal osadía era el ex-concejal Alberto Bateman Pinedo, quien al mando de acto tan intrépido consintió que todo al final se convirtió para ellos en una “gran aventura”.

Ellos sabían que la Catedral de Santa Marta es un hito histórico del catolicismo en Colombia, no solo por su monumentalidad y pureza arquitectónica de estilo romano renacentista, sino por su antigüedad y los múltiples ataques que resistió de piratas y filibusteros ingleses, holandeses y franceses que venían por el oro y la riquezas de la realeza bien ocultos en ella. Conocían además, que en algún lugar muy secreto de la edificación se esconden el corazón y las entrañas de El Libertador Simón Bolívar y se guardan también los restos del fundador de la ciudad don Rodrigo Galván de la Bastidas, que fueron traídos de República Dominicana en 1953.

Lo sabían y lo predicaban, pero a ellos realmente no les interesaba apoderarse de un riñón o del páncreas o la vesícula de Bolívar, pretendían dar un golpe de opinión, llamar la atención de los medios locales y nacionales para mostrar su inconformidad frente a un posible fraude electoral en su contra, para lograr que al menos se hiciera justicia, provocando un reconteo de votos, principalmente los del corregimiento de Guachaca, que les ayudaba a despejar sus dudas. Encerrase por unos días en el recinto sagrado con el fin de despertar el repudio o el respaldo ciudadano suficiente para inquietar a los mandatarios de turno y esperar sus reacciones ante lo que sería el hecho político más importante del momento. Primó el repudio de la feligresía encabezado por las madres beatas de Fátima, Santa Marta, la Milagrosa y la Santísima Trinidad.

La respuesta del Gobernador y del Alcalde no se hizo esperar. De común acuerdo -como se acostumbra e estos casos- convocaron la constitución de una comisión de altísimo nivel que se ocupara del caso y los mantuviera al tanto de los resultados de las acciones propuestas. Esa misma tarde, una hora después de perpetrarse la toma, se oyeron voces cachacas al interior del templo que pedían a los manifestantes desalojar, abandonar, desistir de la toma como forma de lucha y acogerse al dialogo so pretexto de sacarlos por la fuerza. Se percataron los tomistas que habían dejado un flanco descubierto, el de la entrada a la curia por la Campo Serrano que la policía aprovechó para entrar y requerirlos. Pero la respuesta de los tomistas fue contundente: “…ni un paso más o le metemos candela a esta mierda…pásame ahí la gasolina, no joda”.  

Siete días con sus noches se quedaron en la Catedral. Mensajes iban y venían de un lado a otro sin parar. Emisario de la diócesis el cura Hoyos, alcalde electo no posesionado de Barranquilla. Mucho agotamiento por el mal dormir porque buena comida nunca les faltó. Los comenzó a golpear el silencio de los samarios y la desidia de los gobernantes hasta que finalmente se aburrieron de esperar que se cumplieran sus propósitos y finalmente, el lunes siguiente arriaron las banderas de su protesta y se marcharon abucheados.