Después del papá, la segunda prenda doméstica a respetar antes en la familias era la correa de cuero, de cara y colmillo metálicos y que tenía la propiedad de dormir ceñida en la cintura de él hasta que a uno le levantaran su expediente porque, seguro, hizo “algo malo”…
Cuando el hombre se dio cuenta que debía llevar bien puesto los pantalones en su casa porque si no se le caían y le faltaban al respeto, con la tira larga de la piel de algunos animales, curtida previamente la misma, y como de unos cuatro dedos de ancho, inventó lo que más tarde se emplearía en el mundo para que las rebeldes generaciones se corrigieran: la corre.
…Todo indica que no había correas en tiempos de Adán y Eva ni en los de Caín y Abel y miren en la Biblia todo lo que pasó…
Para mí, la correa siempre ha tenido, tiene y tendrá lugar fijo en la cintura de los pantalones de los padres-padres; pero también posee sitio simbólico en la voz de mando y orden de quien, sin abusar de ella y ni siquiera tener que mostrarla, habla en el castigo de una callada mirada… y entonces ésta se queda allí, en su espacio natural como “culebra toreada” haciendo de lo suyo cual lujosa o barata prenda de gente elegante o humilde, pero asimismo provechosa y fructífera para lo otro si fuere justo y necesario…
Tengo vivos en la añoranza y en la nostalgia, algunos correazos que mi papá merecidamente me diera en la certeza y la convicción de que lloró más que yo, después del castigo dado, pues al día siguiente, bien temprano, algo arrepentido, fue a preguntar al padre Hernández, el cura del pueblo, si lo que hizo fue pecado de hombre…
Desde aquellos tiempos entonces, siempre he estimado y aceptado que el crecimiento moral, respetuoso, ético, honesto, decoroso, honrado, decente, íntegro, recto y puro de las familias y los pueblos de antes, se dio gracias al uso correctivo, reformatorio y de escarmiento de “la saludable y beneficiosa correa”…y así, niños y niñas; jóvenes y jovencitas y hasta adultos que la sintieron cimbrearse sobre sus piernas, salieron del pecado a secas curando cardenales o moratones con árnica, “ron compuesto” o agua de sal…
Hubo junto conmigo, sin dudas, quienes probáramos la correa de cuero del papá en la maravilla y el portento efectivo de un “no lo vuelvo hacer”, todo en la donosura, el prodigio y el asombro sencillo de un acto “mágico y de fascinación” que, con sólo verlo con ella en manos, como por arte de benéfico encantamiento, corregía, enmendaba, subsanaba, reformaba, rehacía, modificaba, retocaba, reparaba y perfeccionaba conductas con el castigo de la amonestación, la represión y la censura en el má liviano de los casos, o en el del represivo e inapelable “…y no me sales más a la calle, pa’ que respetes”… voz que restituía en los padres el papel de jefes capaces de sacarse el corazón con cada paliza al hijo infringida…y era lo más conmovedor, después, verlos tristes, creyendo de nosotros la promesa renovada firmada en el cielo hasta la tarde en que, de niños, en el disfrute sin permiso de la frescas lluvias de octubre, nuevamente la correa de mi papá, por él, se me exhibía y, corriendo a mi casa, no se me dejaba ver el colorido ceremonial del arco iris, invento de luz y agua que, por culpa de la más antigua tira de cuero que los padres-padres de antes se ceñían a la cintura para que no se les cayeran los pantalones y no se les faltara al respeto, en mi infancia, siempre me fue imposible de imaginar…