La segunda vuelta electoral

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



¿Cómo habrá de recomponerse el rompecabezas de fuerzas políticas cuando pasen los dos primeros candidatos presidenciales, contados en las votaciones de este domingo, a la segunda vuelta electoral? Nadie lo sabe con certeza, muchos especulan. Si todo sale como algunos lo esperan, y no hay sorpresas, serán Iván Duque y Gustavo Petro los que se enfrentarán en el escenario final. Ahí, en ese momento, es de prever que tales presidenciables trabajen por armar las naturales alianzas de siempre, que no son otra cosa que una compleja mecánica de concesiones y compromisos, de variopinta índole, que a su vez estarían basados en los elementos en común entre aquellos que se acercan, y que, en ese sentido, devienen menos en el reflejo de las afinidades ideológicas que en el rechazo por la posición contraria, la del otro colectivo. Porque eso es esto, de esto se trata: no simplemente hay que ganar, no, sino impedir a toda costa que aquel gane.

Se anticipan entornos impredecibles, pero también hay algunas pequeñas certezas. Se dice, de una parte, que -en segunda- Duque concitará el gran respaldo de los contradictores de Petro, que bien podrían ser los otros tres candidatos. No lo sé. Del otro lado, se comenta en tono más bajo -y en respuesta- que, si bien esto sería parcialmente probable, igual puede pasar que la polarización entonces sea aún mayor, que se agudice, se engorde y reviente. Vaticinan que tal vez sucedería que la gente, al ver arrinconado al proyecto petrista (como un reflejo más de las múltiples conspiraciones que han determinado la historia patria), que, criticable y todo no deja de ser distinto, más profundo y veraz respecto de la pobreza, la miseria y la injusticia, la corrupción, el tráfico de influencias, el robo, el saqueo, el abuso y la criminalidad impunes…; la gente, entonces, gente que a veces ni vota porque no sabe cómo hacerlo o porque no sabe si tiene ese derecho, podría asimismo radicalizarse y unirse y, por primera vez en la vida republicana nacional, imponer a uno de los suyos. No lo sé. 

Antes de que las emociones exacerbadas me digan petrista (y le pongan un apellido imprecativo a ese falaz sustantivo), aclaro: no estoy con Petro, sino con Colombia; aunque, por lo demás, lo que acabo de describir no sea ninguna mentira. Es, de hecho, solo una parte de la escandalosa realidad del país, que ahora ha encontrado un alivio mentiroso con la crisis venezolana, pero que no por ello deja de ser lo que es. Si da la casualidad de que Petro es el que más se ha acercado en su análisis, y en la comunicación del mismo, al sentir profundo del pueblo colombiano, no es algo que yo deba defender. Así como tampoco creo que debo explicarle a nadie mayor de dieciocho años lo que es palpable en nuestras calles o veredas, andenes o lodazales, o sea: la desesperanzadora vida social que espera perpetuarse si en algún momento del futuro próximo alguien, el presidente de turno, diría yo, no lidera una reforma democrática del Estado para traer más dignidad a nuestros días.

A mí me da igual, en últimas, el que se atreva a hacerlo, con tal de que lo haga. Si alguno de los candidatos de la segunda puede garantizar con su vida cumplir este compromiso, por ese votaría.