Miss Simpatía 2018

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Luis Reyes Escobar

Luis Reyes Escobar

Columna: Opinión

e-mail: luksreyes@hotmail.com


Dicen que a varios sabios de la historia no  les gustaba dormir largas jornadas para mantenerse en constante producción de conocimiento y que para cumplir con las exigencias del cuerpo, tenían varias siestas durante el día.

No sé qué pasa conmigo, ya que no me ajusto al perfil de sabio, pero tampoco duermo mucho. Hoy fue uno de esos días en los que me levanté antes del alba y traté de aprovechar el tiempo leyendo un poco. Encontré en internet una imagen con el siguiente mensaje que capturó mi atención “Algún día la historia lo dirá…”. Esperé de todo, menos que continuara diciendo “¿Cómo fue posible que un probado mafioso criminal llegara a tener tanto poder en un país? Fue Dos veces presidente, Dos veces senador, puso a Santos de presidente…” y muchísimo menos que concluyera diciendo “Y está a punto de poner de presidente a un total desconocido”. Lo primero que vino a mi cabeza fue ¿Cambiaron los requisitos para ser presidente de Colombia?

No puedo decir con certeza cuál fue la intención del creador de ese mensaje o de quien lo publicó en las redes sociales, a pesar de esto, lo interpreté como una invitación a verificar cuales son los requisitos que debe cumplir un ciudadano para aspirar o ser candidato a la presidencia de la república de Colombia.  El artículo 191 de nuestra constitución, dice que “Para ser Presidente de la República se requiere ser colombiano por nacimiento, ciudadano en ejercicio y mayor de treinta años”. Entonces ¿de dónde saldrán los otros requisitos que la sociedad tanto exige?, dejemos la respuesta a la infaltable subjetividad del ser.

Me resulta muy interesante escuchar uno a uno los cometarios de las personas cuando describen a los candidatos y explican por qué votarían o no por alguno en particular. Desde mi óptica, es válido que la ciudadanía exija a un candidato ciertas competencias e idoneidad, sin embargo, aún no he logrado descifrar para qué sería útil un mandatario que se vistiera de cierto modo o que fuera famoso, debe ser que los electores se amparan en las libertades contempladas en nuestra carta magna –como las de opinión y expresión– para poner adendas a su prospecto de líder.

En estos días, me ha quedado la sensación de que esta última contienda electoral de 2018, no tiene nada que envidiarle a un concurso de belleza en la vecindad del chavo. Es cierto que durante mis 3 décadas de vida he visto cosas y casos muy particulares en política, pero sinceramente nunca esperé que la decisión de un voto estuviera sujeta a que los aspirantes al cargo de elección popular vistieran la ropa que yo visto, que tuvieran canas, que  hayan sido influenciadores o cualquier otro aspecto de carácter superficial que pase por sus cabezas. Si las cosas siguen así, no me parecería mala idea que encerráramos en una casa a los que pretenden ocupar estos cargos, ponerles cámaras por todos lados y que algún prestigioso canal de televisión transmitiera y administrara todo lo que suceda al interior.

Me ha sido inevitable contrastar la realidad de hoy con las historias que contaba mi abuela. Ella decía que en su época la gente se mataba por verdaderos ideales y bienes colectivos, que los candidatos presidenciales eran casi unos genios que brillaban con luz propia y que las plazas se llenaban sin necesidad de comprar a la gente. Es en este punto cuando yo me pregunto ¿dónde quedó todo esto? ¿Que nos pasó? Asumo que el internet con sus redes sociales nos atrapó de tal manera que modificó nuestros intereses. Me gustaría culminar este escrito diciéndoles que hoy en día el derecho a la libertad ya no debería ser un derecho, debería ser una obligación. Usted tiene la obligación de votar por quien usted quiera, sin importar si ese no va a ganar, sin considerar quien le da trabajo, quien le compró un mercado o quien le dijo su mamá o patrón. Soy de los que cree que los errores son necesarios para aprender, pero no hay errores que pesen más, que aquellos que cometemos por seguir a otros obviando nuestro criterio.